Bastaron un par de semanas apenas para que el sistema de salud santafesino entre en crisis. La inversión mejor ponderada por los gobiernos del Frente Progresista hoy quedó al desnudo en su real dimensión cuando la pandemia de coronavirus recrudeció. Su capacidad de atención hoy está al límite, y si no colapsó aún es porque antes de julio hubo alguna inversión extra y preparativos para ampliar la capacidad de respuesta. 

Lo cierto hoy es que casi el 80% de las camas de terapia intensiva en los hospitales en Rosario está ocupado, y alrededor del 90% de la internación general también lo está. Hubo que postergar las cirugías programadas para dar lugar al tsunami de contagios que representa el covid 19 en este momento para este lugar.

Hoy el sistema público está en reales aprietos para otorgar una cama de terapia intensiva al paciente que lo requiere, y el sistema privado ya también replica esa misma dificultad.  Que cualquiera acierte el número de camas de terapia intensiva del que dispone Rosario, centro de un área metropolitana de 1,5 millón de habitantes: 90. Sí, 90.

Mientras tanto, en los últimos días la velocidad del contagio covid ha venido sumando más de 600 casos nuevos por día, 300 en promedio en Rosario. Solo este martes hubo 976 contagios nuevos en la provincia, 493 en esta ciudad. Y 91 pacientes de toda la provincia están en cuidados intensivos, la mayoría en Rosario.

No hace mucho tiempo atrás, marzo de 2019, el entonces gobernador Miguel Lifschitz se ufanaba: “En Santa Fe es un orgullo la salud pública y tratamos de alimentarla todos los días con mucho esfuerzo, con mucha dedicación y con mucha decisión política porque estas cosas se pueden hacer cuando hay recursos pero a los recursos hay que conseguirlos. También hay que priorizar las inversiones y nosotros hemos decidido priorizar la salud pública, la educación y las obras de infraestructura en los barrios para mejorar la calidad de vida de los vecinos”.

Confrontado con este presente, aquello parece como un esputo al cielo.

Solo hizo falta que en esos días aumentara la demanda de salud en los centros barriales y hospitales para que de inmediato aquel orgullo se transformara en queja. "El sistema de salud están entrando en una espiral muy negativa y crítica", dijo Lifschitz en setiembre del año pasado. Por entonces, el desencadenante era el deterioro del poder económico y el empleo, que forzaba una migración de afiliados a obras sociales y clientes de prepagas al sistema público de salud.

La estructura sanitaria de la que la oposición actual siempre hizo gala hoy está jaqueada en una crisis inédita. Y aquellos que propalaban las bondades de aquella famosa inversión en salud hace meses que hacen mutis por el foro. La sabiduría popular es implacable: no hay que escupir para arriba.