FRANCO VIDAL Y LAURA HINTZE

Una sensación recorre la Plaza de Mayo de Rosario: todo, en cualquier momento, puede explotar. La concentración es, este viernes al mediodía, un ritual para exorcizar la consternación y la angustia. Encontrarse y hacer catarsis cara a cara se vuelve fundamental. El sol pega fuerte entre los árboles. Suenan, inconfundibles, los bombos y redoblantes. Algunas columnas de manifestantes cantan y saltan. Pero el sonido es de un fuerte murmullo, de gente hablando entre sí. Son de todas las edades, de todas las banderas, de todos los colores. De Central y Ñewell's, de La Cámpora y el Evita. Son amigos, amigas, familiares, compañeros o compañeras. Pasan el mate, compran un choripán, sacan un paquete de galletitas del bolso y hacen eso, hablan, dicen todo lo que no entra en Twitter. Ni en el cuerpo.  

La concentración arrancó primero en la plaza 25 de Mayo de Rosario. Se llamó para las 12 pero desde antes había gente. Después llegaron los sindicatos, agrupaciones políticas y movimientos sociales que coparon la manzana y sus calles aledañas. Eran miles. Pasado el mediodía, la multitud llegó al Monumento a la Bandera. Todos y todas compartían algo: marcharon en defensa de la democracia y contra las expresiones de odio en la vida política del país.

Fue una junta de gente buena, quizás demasiado buena. De abrazos, sonrisas y besos. Saludos enérgicos, criaturas divinas, perritos con correas kirchneristas, señoras paquetas organizadas con pecheras, hombres elegantes pintando canas y militantes barriales de toda la vida. Está en juego la democracia. La paz celeste y blanca. Así y todo, en la mañana peronista de Rosario reinó la paz y la alegría, quizás festejando, que de milagro Cristina sigue viva.

Una escena similar se había vivido una semana atrás, cuando la misma plaza se llenó para apoyar a CFK contra el lawfare. Esta vez, la consigna logró exceder al partidismo o la figura de Cristina, aunque más de uno y de una no lo hayan entendido así. El gatillo del jueves a la noche fue la materialización de que el límite es difuso. No es que se llegó a uno, se había cruzado hace un tiempo. 

En las inmediaciones de la plaza, el operativo de tránsito improvisado permitió vislumbrar la profundidad de la grieta. "Le tocaron a la jefa", se mofó un hombre en busca de irritar a quienes acudían al acto. Las personas que lo rodeaban se rieron. El resto siguió caminando. Las escenas se repitieron. Hubo bocinazos, puteadas y susurros de indignación. Y una posta: eran individuos contra un colectivo. Esa también fue una sensación de la plaza: todo puede explotar, pero al menos no estamos solos.