En marzo, cuando el conflicto en la refinería de San Lorenzo recién arrancaba, Eduardo Reynoso (50 años) usó una metáfora para graficar la preocupación de los trabajadores. Habló de un "silencio demoledor" dentro de la planta y de la rara sensación de "extrañar el ruido de los motores". La incertidumbre de la coyuntura tenía, a su juicio, un futuro más alentador. "Las nubes negras tienen que pasar. Esta refinería no se puede cerrar", reflexionó por aquellos días.

Su razonamiento tenía lógica. Hasta su parálisis, Oil Combustible producía el 8% de todo el combustible refinado del país y cerca del 25% del mercado de asfalto (cementos, emulciones, etc.). Su historia --80 años de antiguedad-- y su rentable proceso productivo auguraban una tormenta momentánea. 

Pero pasaron los días y las buenas noticias nunca llegaron. Primero se habló de alguna ayuda de capitales nacionales, luego apareció el interés de una empresa rusa y por último la firme intención de dos multinacionales en comprar la compañía. Todas las posibilidades se frustraron en un abrir y cerrar de ojo. 

La última esperanza estaba en una posible venta a la firma Trafigura, un gigante en el mercado de los combustibles. La operación se truncó este lunes cuando sus directivos anunciaron que no iban a presentar ninguna oferta ante las exigencias de Afip para saldar la millonaria deuda que dejó la administración de Cristóbal López.

La empresa quedó, virtualmente, en la quiebra. Y trabajadores y gremialistas con la sensación de que a Oil Combustible la empujaron de a poco hacia el abismo. La corrupción empresarial y el desinterés del gobierno nacional echaron por tierra la posibilidad concreta de reactivar la planta.   

La noticia no pudo ser digerida ni por Eduardo ni por ninguno de los 400 trabajadores de la refinería. "La pesadilla se hizo interminable. Tenemos las cabezas quemadas y mucha incertidumbre por lo que va a pasar a partir de ahora. La verdad que nunca imaginábamos este final", admitió Eduardo en una charla con Rosarioplus.com, ya sin el optimismo del primer contacto. 

Eduardo marcó tarjeta los últimos 29 años de su vida. Entró a trabajar en 1989 cuando la planta estaba en manos de YPF. Con el paso del tiempo esos enormes galpones se transformaron en su segundo hogar. Ahora no sabe qué será de su futuro. 

Algunos trabajadores dieron el aval para conformar una cooperativa. Son cerca de 100 los operarios que pusieron la firma para avanzar en una administración propia. Eduardo decidió no participar de esta movida.

"Somos muchos los trabajadores que no vemos una espalda económica para sustentar una cooperativa. Hay diferentes opiniones sobre esta posibilidad. Vamos a ver qué pasa en los próximos días para tener un panorama más claro. Hoy todo es muy confuso", contó. La chance de alguna indemnización o retiro voluntario aún no fue puesta sobre la mesa. 

Las horas decisivas lo encuentran fuera de Rosario. Decidió irse unos días a Córdoba para "despejar la cabeza". "Imaginate lo que son 70 días con ese silencioso demoledor de una planta sin funcionamiento. Tenés que bajar las revoluciones o te hace bosta la salud", explicó.

Eduardo no quiere imaginar ni aventurar ningún final. Pero sabe que ya nada volverá a ser igual en esos galpones que marcaron a fuego su vida.