Apenas unos días más tarde de dar el golpe militar que inició la reorganización política a base de secuestros, asesinatos y censura, los comandantes de la última dictadura militar escucharon atentamente el discurso del nuevo ministro de Economía, Alfredo Martínez de Hoz. Este ministro, civil y empresario, anunció el inicio del plan que anunciaba un “sinceramiento” y una “vuelta a una normalidad”. Aparentemente, los 30 años anteriores al golpe no habrían sido “normales”: había que volver a algún lado.

Pero lo cierto es que ese plan creó una nueva normalidad. Una en la cual los asalariados, cuentapropistas, pequeños comerciantes y profesionales independientes perdieron en unos pocos meses casi el 40% del poder de compra de sus ingresos. Si miramos el total de la economía, los asalariados perdieron 18 puntos de la “torta” de la distribución del ingreso en menos de un año.

La intervención que el estado tenía en la política (interviniendo el Congreso, las universidades, los sindicatos y hasta la AFA) fue la contracara de una retirada estatal en de la economía: ya no iba a haber más controles de precios ni controles de capitales especulativos. Más Estado para castigar, menos Estado para controlar la economía, sobre todo los precios.

El aparato productivo creado durante la década anterior al golpe se desintegró. La industria había llegado a niveles de frontera tecnológica. Pocos recuerdan que en la década del 70 Argentina era uno de los pocos países en el mundo que fabricaba aparatos electrónicos, tales como calculadoras. Sin embargo, la apertura comercial desmedida deshizo el entramado de pequeñas y medianas empresas que se había consolidado durante los 60 y los 70. Y aunque se esperaba que llovieran inversiones del exterior y entraran productos importados a bajo precio, poco de esto sucedió.

La productividad laboral de la industria aumentó enormemente durante la dictadura debido a la expulsión sistemática de trabajadores y al empeoramiento de las condiciones laborales (intensidad del trabajo, alargamiento de las jornadas laborales) que se fueron sucediendo, basadas en la brutal represión a los trabajadores: desde la desaparición y muerte de cientos de delegados hasta la presencia militar al interior de las propias fábricas.

Hubo una reforma financiera drástica, que permitió hacer enormes negocios a actores argentinos y a extranjeros. Esta especulación permanente dio lugar a un “cortoplacismo” total de las empresas y también de las familias. La época de la plata dulce y la bicicleta financiera fue también la época del individualismo y la pérdida de los lazos de solidaridad social.

Como vemos, estos fueron cambios que llegaron para quedarse. Se volvió normal pensar que el sueldo no alcance para llegar a fin de mes. Se volvió normal ver fábricas cerradas. Se volvió normal obturar el desarrollo tecnológico. Se volvió normal esperar que soluciones mágicas vinieran desde el extranjero, mientras en el país un grupo minoritario recomponía sus privilegios a costa de la pérdida del poder adquisitivo de las mayorías, silenciadas con balas y desapariciones.

Este fue, en parte, el lado civil de la dictadura militar. El legado económico de la dictadura, a 40 años, fue el de iniciar un camino hacia el neoliberalismo con recetas económicas que hoy vuelven a tener vigencia y con resultados que ya hemos visto.