El domingo pasado se realizó un referéndum en Bolivia, cuyo objetivo fue someter a la voluntad popular la aprobación o el rechazo de un proyecto de reforma constitucional que permitiera al presidente y al vicepresidente presentarse a una segunda reelección consecutiva.

Evo Morales esperaba modificar el texto constitucional para poder participar en las elecciones presidenciales de 2019 y mantenerse en el gobierno entre 2020 y 2025.

Los resultados

Más del 84 por ciento de los ciudadanos habilitados para votar  concurrieron a las urnas, marcando una participación notablemente alta. El 51,3 por ciento de los votos válidos correspondieron al No y el 48,7 por ciento al Si, convirtiendo el resultado en la primera derrota electoral de Evo Morales en más de una década. Esos 2,6 puntos porcentuales que terminaron con las aspiraciones del presidente por mantenerse al frente del gobierno, se hicieron esperar hasta dos días después del cierre de las urnas. Se sabía que la demora existiría y así se había anticipado. No se trató de ninguna estrategia del gobierno para manipular los resultados.

Lo cierto es que Evo sólo había cosechado victorias desde su primera elección presidencial en 2005. Posteriormente, Morales arrasó en un referendo revocatorio presentado en su contra y triunfó por amplio margen en la consulta que puso en vigor la nueva Constitución en 2009. En octubre de 2014 fue confirmado para un tercer período presidencial -uno con la antigua Constitución y dos con la nueva- con el apoyo de más del 60 por ciento de los bolivianos.

¿Y ahora qué?

El 22 de enero de 2020, Evo Morales le entregará la banda presidencial a otra persona. Faltan casi cuatro años todavía y es mucho tiempo. La tendencia lógica sería que, en ese período, el poder real que ostenta Morales ruede cuesta abajo. Las diversas oposiciones a su gobierno, dispondrán de ese tiempo para  organizarse y proponer una alternativa para los bolivianos. También es un tiempo valioso para que el movimiento que Morales conduce encuentre quién tome la posta.

Los resultados muestran un electorado dividido en dos mitades casi exactas, algo que a veces se entiende como polarización, pero que también puede entenderse como la posibilidad de la alternancia. Es razonable que en las democracias las mayorías cambien. Y en Bolivia se impuso la primera regla de la democracia, la de la decisión de la mayoría, la cual determinó un límite al personalismo.

La ambición por mantenerse en el poder es propia de todo político que se precie, no se trata de un mal latinoamericano. De hecho, en Uruguay, Chile y Colombia no existe siquiera la posibilidad de una sola reelección inmediata. Lo que sí es un problema que cunde en algunos países de la región, es que la ambición de algunos líderes que se imaginan imprescindibles, suele amenazar con atropellar las normas y las instituciones. Y la democracia se trata justamente de cómo normas e instituciones plantean límites a las ambiciones de individuos y de grupos de poder.

Pero es menester subrayar dos cuestiones. La primera es que la división casi simétrica del electorado es algo corriente en las democracias que funcionan. Mucho más, en un referéndum, donde hay sólo dos opciones. El cambio en las preferencias es moneda corriente en una democracia. Cuando existen mayorías invencibles y minorías condenadas a mirar desde lejos el ejercicio del poder, la democracia corre el riesgo de convertirse en tiranía de la mayoría. Se hace evidente que algo mal hizo el presidente para aglutinar a tanta gente alrededor del No. Quizás hasta se haya tratado de un error táctico, porque el referéndum fue convocado por él y en esa clase de consulta popular, todos sus opositores pudieron reunirse en torno a la negativa. Como dice un viejo adagio político: no hay oposiciones que ganen elecciones, hay oficialismos que las pierden.

La segunda, es que algo debe haber hecho bien Evo Morales, porque Bolivia cuenta con normas e instituciones que él mismo impulsó y es con esas normas e instituciones que su pueblo le puso un límite. Pero esta derrota no significa necesariamente el final del proyecto que representa.

La marca de Evo

Con éxitos y traspiés, Morales es un líder que se caracterizó por haber cambiado a Bolivia. La labor de inclusión social realizada en los últimos diez años, especialmente entre los campesinos y los pueblos originarios es destacable. Mientras los gobiernos anteriores tenían un ministerio llamado "de Asuntos Campesinos" y los miembros del gabinete eran en su mayoría representantes de élites empresariales y políticas tradicionales descendientes de europeos, el gobierno de Morales reconoció los usos y costumbres de los pueblos originarios para la elección de diputados y para la administración de la Justicia y sumó la bandera multicolor de los pueblos precolombinos de los Andes al lado del estandarte nacional, entre otras medidas.

La estabilidad política boliviana es algo novedoso y que debe atribuírsele en buen grado a las políticas inclusivas implementadas por Morales. A modo de ejemplo, sólo entre 2001 y 2005, Bolivia tuvo cinco presidentes que debieron irse anticipadamente. Eso ya no sucede.

Las acusaciones por casos de corrupción contra funcionarios del gobierno y la presunción de tráfico de influencias para beneficiar a determinadas empresas, han jaqueado en los últimos tiempos al gobierno, con la particularidad -destacada por algunos analistas- de que la prosperidad actual del  país condujo a que se cometan los ilícitos de siempre, pero con cifras más abultadas. Los medios de comunicación son quienes trasladaron estas denuncias a la opinión pública y es por ese motivo que el gobierno percibe a muchos de ellos como oposición política.

La nacionalización de los recursos hidrocarburíferos y la aplicación de políticas redistributivas de la riqueza, permitieron mejorar la calidad de vida de los bolivianos y disminuir las desigualdades. La macroeconomía también mejoró sus perspectivas. Mientras en 2006 las reservas internacionales de Bolivia alcanzaban los tres mil millones de dólares, la cifra llegó a quince mil millones en la actualidad. En octubre del año pasado, la agencia calificadora de riesgo país Moody's Investors destacó las altas tasas de crecimiento y de inversión de Bolivia con relación a los países vecinos, la baja vulnerabilidad externa debido a sus reservas internacionales y la deuda externa moderada, por lo cual la calificación de riesgo país fue con perspectiva estable. Importantes empresas multinacionales como Samsung y Hyundai -de Corea del Sur- y Gazprom -de Rusia- invierten actualmente en Bolivia. Y un ambicioso programas de obras públicas impacta positivamente sobre la vida de los habitantes. En materia de salud pública y educación se avanzó notablemente y una de las mayores asignaturas pendientes recae sobre la justicia. Todo forma parte de la marca que Evo Morales está dejando en su país. 

La sucesión

El triunfo del No, no debe ser interpretado solamente como el triunfo de los sectores más tradicionalistas y conservadores de la política boliviana que nunca quisieron a Morales. La negativa también aglutinó a agrupaciones juveniles, pensadores de izquierda, dirigentes sindicales y políticos que empezaron su carrera en el mismo gobierno del actual presidente y que ahora están en la vereda de enfrente.

Los partidarios del gobierno tienen ahora la obligación y la oportunidad de buscar un representante del proyecto político encarnado por Morales y cuentan con tiempo suficiente por delante. Las fuerzas aglutinadas por Evo pueden reorganizarse para trascenderlo e ir más allá. En caso contrario, correrán el riesgo de perder mucho más que el gobierno.

Los sectores de oposición también tienen una oportunidad y es la de crear una propuesta nueva, inclusiva, seductora y positiva mucho más amplia que la sola negación de Evo Morales.