Las grabaciones reveladas esta semana dejaron expuesta una vez más la trama de corrupción en Brasil y pusieron en jaque al presidente Michel Temer.

Ya no quedan dudas de que el conglomerado de políticos sospechados de corrupción aliados a los sectores concentrados del poder económico y financiero fueron quienes echaron a Dilma Rousseff porque no aplicaba el ajuste feroz que deseaban y que fueron -al menos hasta la semana pasada- el sostén de Michel Temer.

El presidente nunca tuvo apoyo popular. Jamás logró superar el 14 por ciento de aprobación, algo que posiblemente no le importara, porque siempre supo que venía a hacer un “trabajo sucio”. Esa tarea estuvo signada por dos objetivos: aplicar todas las políticas de recorte fiscal reclamadas por el poder económico y financiero, y proteger hasta donde fuera posible a los políticos involucrados en el escándalo del petrolao, es decir, la mayoría de los integrantes del Congreso, sin distinción de partidos políticos.

El problema fue que el propio Temer, sospechado desde antes de reemplazar a Rousseff de haber participado en el entramado corrupto en torno a la petrolera estatal Petrobras, se vio ahora alcanzado de manera directa por la putrefacción.

Las aguas bajan turbias

Temer ya era investigado por financiamiento ilegal de la campaña electoral de 2014 que lo llevó por segunda vez a la vicepresidencia del país en la fórmula con Dilma. En ese caso, fueron altos ejecutivos de Odebrecht quienes expresaron que Temer pidió dinero para financiar la campaña por fuera de los canales previstos en la ley. Sin embargo, por distintos motivos, la investigación estaba demorándose. Quizás porque los fiscales y los jueces del Supremo Tribunal Federal percibieron que si otro presidente caía en el transcurso de un año, el sistema político brasileño en su conjunto peligraría.

El nuevo terremoto político se originó otra vez en las confesiones de empresarios acusados de pagar sobornos a cambio de favores políticos. Esta vez, fueron los dueños del conglomerado de empresas cárnicas JBS, el mayor donante de las campañas electorales de los principales partidos del país. Concretamente, el presidente de JBS, Joesley Batista, grabó una conversación con Temer en la que le comenta que está pagando un soborno mensual para comprar el silencio del expresidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, condenado a 15 años de cárcel por corrupción. La respuesta de Temer fue “Eso tiene que mantenerlo, ¿sabe?”.

Cunha, otrora hombre todopoderoso del Congreso, fue quien orquestó el impeachment contra Dilma, que le había negado su apoyo para salvarlo de las acusaciones que pesaban contra él. Luego cayó en desgracia y, desde prisión, amenaza a Temer, de su mismo partido. En los últimos meses, no cesó de enviarle mensajes amenazantes desde prisión. Cunha es depositario de algunos de los más turbios secretos de la política brasileña. Por eso el afán del presidente en mantenerlo callado.

La noticia provocó una conmoción inmediata en el país. En algunas ciudades cientos de personas salieron a la calle. En pocas horas los acontecimientos se precipitaron. Los mercados entraron en pánico y se produjo el mayor desplome de los último 10 años. El Supremo Tribunal Federal decidió retirar la condición de senador a uno de los principales sostenes de Temer, el líder del Partido Social Demócrata Brasileño (PSDB), Aécio Neves, quien le disputó la presidencia a Rousseff en el ballotage de 2014.

La Policía tiene pruebas documentadas del pago de sobornos a Neves por parte de JBS. Dos ministros anunciaron su dimisión -uno de ellos rectificó más tarde- mientras un grupo de parlamentarios del PSDB comunicó que se va a sumar a las peticiones de impeachment ya registradas por diputados de la oposición.

Con el agua al cuello, Temer, que ya había emitido una nota negando los hechos en la noche del miércoles, hizo el jueves un pronunciamiento público para insistir en el desmentido y aseguró: “No dimitiré”. El presidente parece decidido a aferrarse al cargo pese a que él mismo reconoció que se abre una “crisis de proporciones políticas aún no dimensionadas”.

El fin del mundo se acerca

Otra vez el fantasma de la destitución sobrevuela Brasil, justo un año después de la caída de Dilma Rousseff. Temer tiene pocas posibilidades de mantenerse en el poder y las especulaciones ya no giran en torno a si permanecerá o no en la presidencia, sino a la manera en la que será eyectado del poder. 

La crisis profundizada en las últimas semanas fue bautizada como “O fim do mundo”. Al menos los mercados la están viviendo como si de eso se tratara. Porque apostaban a que Temer lograría sacar adelante en el Congreso su programa de ajuste, que incluye una reforma laboral y recortes en el sistema de pensiones. El presidente estaba empeñado en aprobar esas propuestas, pese a que le han costado una huelga general y las críticas de una parte importante de sus compañeros del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), una formación sin ideología definida, que tiende a pactar con derecha e izquierda, de acuerdo a la coyuntura.

¿Qué alternativas políticas tiene Brasil?

La primera posibilidad -negada por el propio Temer- sería su renuncia, que tendría efectos inmediatos y aplacaría al menos en parte la histeria desatada. Ante la gravedad de las acusaciones, tanto la oposición -liderada por el Partido de los Trabajadores (PT)- como algunos aliados, pidieron que el mandatario dejara el cargo. Pese a que varios asesores aconsejaron al presidente dar un paso al costado, Temer se resiste a esta opción y alega que las denuncias son meramente políticas.

La segunda posibilidad es el juicio político en el Congreso. Se trata de un camino más lento y desgastante. Sin embargo, dos diputados -uno del PSB y otro de la Red de Sustentabilidad (Red)- ya presentaron pedidos de impeachment en la Cámara de Diputados. Además, para que prospere, sería necesario que el presidente de la Cámara, Rodrigo Maia, muy cercano a Temer, aceptara alguna de las solicitudes. Luego se necesitaría la aprobación de una comisión especial y, finalmente, debería ser aprobado por dos tercios de la Cámara baja.

La tercera posibilidad es el juicio penal en el Supremo Tribunal Federal, donde Temer está acusado de intentar de obstruir la a justicia. Para que esta opción prospere, debería haber una denuncia formal de la Procuraduría General de la República y sólo entonces el Tribunal Supremo debería enviar el pedido de procesamiento al Congreso. Allí, se necesitaría nuevamente del voto de dos tercios de la Cámara de Diputados para que la demanda sea aceptada y el presidente sea apartado de su cargo. Este proceso sería más rápido que el del impeachment.

La cuarta posibilidad es el juicio ante el tribunal electoral. Consiste en la anulación del mandato actual por el Tribunal Superior Electoral, y se sustenta en la investigación ya mencionada, que avanza desde 2015 por financiamiento ilegal de la fórmula Rousseff-Temer que resultó reelegida en los comicios de 2014. Las investigaciones de la operación Lava Jato apuntaron que Odebrecht financió ilegalmente aquella campaña y luego, mediante un acuerdo de delación premiada, el estratega del PT, João Santana, lo confirmó. La defensa de Temer siempre alegó que ni él ni el PMDB estaban al tanto de las ilegales prácticas recaudatorias.

Pero la eventual caída de Temer, independientemente del mecanismo que la precipite, no supondría el final de la crisis. La Constitución brasileña estipula que, en caso de vacancia del presidente y del vice, debe asumir interinamente el presidente de la Cámara de Diputados -es decir, Rodrigo Maia- y, como ya pasó la mitad del mandato actual, debería convocar a elecciones indirectas.

Sería entonces el Congreso el encargado de elegir a cualquier ciudadano. La posibilidad de elecciones directas en lo inmediato no está contemplada, y sólo sería posible mediante una enmienda constitucional, alternativa que también se debate, pero llevaría mucho tiempo.

Los sondeos de opinión indican que Luis Inazio Lula Da Silva ostenta una intención de voto del 29 por ciento, seguido por otra política de centroizquierda, Marina Silva, de la Red, con 11 por ciento.  Ninguno de los dos resulta grato al poder concentrado económico y financiero. El sueño de que Temer cargara con el costo del ajuste y luego un candidato del establishment se hiciera cargo del gobierno, comienza a desvanecerse. A menos que aparezca algún outsider dispuesto a quedarse con  la presidencia, algo que sucede cada vez más frecuentemente en este mundo convulsionado.