Cuando se anuncia una rebaja de impuestos, la noticia tiene en general un buen recibimiento por parte de la ciudadanía: a poca gente le gusta pagarlos, ya que lo que se paga y lo que se recibe tiende a ser difícil de poder comparar, incluso percibir. A la inversa, un aumento de impuestos es una noticia que no le gusta dar a ningún político, porque la ciudadanía se enoja de inmediato. 

Por otra parte, muchos economistas dicen que los impuestos son “distorsivos”, es decir que modifican algo que “naturalmente” no debería ser así. Lo que se quiere decir es que si no hubiera impuestos (es decir si no hubiera una intervención del Estado) los precios de los productos serían los verdaderos, los que efectivamente deben ser, mientras que, con impuestos, hay una distorsión de lo verdadero y puro. En ocasiones, también, se supone que los impuestos en general hacen aumentar los precios de todos los productos. Entonces, una vez más, quitar impuestos sería algo bueno porque eso haría que la verdad aparezca. Una verdad en forma de precios, que es lo mismo que decir una verdad determinada por el mercado, por el libre juego de la oferta y de la demanda.

Dejemos de lado, al menos por esta nota, la necesidad de recaudar: el Estado provee salud, educación, asignaciones por hijo y científicos. También luces de semáforo, guardias costeras y ayuda para inundados, entre otras miles de cosas necesarias para la vida en la sociedad moderna. Enfoquemos el problema desde otro lado.

Las preguntas que deberíamos hacer al escuchar un anuncio de aumento o de rebaja de impuestos son, en principio, dos: a quiénes les toca pagar (o dejar de pagar) el impuesto y qué tipo de efectos tienen esos impuestos sobre la economía en general o sobre los precios en particular.

¿Paga el ciudadano promedio muchos impuestos? Realmente no tanto: paga el impuesto al valor agregado (IVA) que es sobre los consumos, y paga algunos impuestos sobre su propiedad como el impuesto inmobiliario o sobre la tenencia de vehículos (la “patente”). Pero estos impuestos que pagan los millones de ciudadanos medios, casi toda la población digamos, son el 40% del total de la recaudación del Estado, por lo que el grueso de los impuestos debe venir de otro lado y los pagan pocos. Estamos incluyendo en esta cuenta, también a las contribuciones al sistema de seguridad social, que no son un impuesto normal ya que son un fondo solidario inter generacional: hoy se paga este impuesto para que el día de mañana nos paguen a nosotros.

El grueso viene entonces del Impuesto a las Ganancias (que lo pagan los trabajadores de sueldos más altos y sobre todo las empresas), de los impuestos al comercio exterior, del impuesto a las cuentas corrientes y de los impuestos internos. Estos, el otro 60% de la torta, lo pagan una minoría de ciudadanos: los dueños de empresas, los exportadores, los empleadores, etc. Aquí, cuidado, se incluyen también a comerciantes que pagan ingresos brutos a la provincia. Aunque son unos cuantos más, siguen siendo la minoría de la población.

Un ejemplo reciente nos puede guiar en esta discusión: la baja de las retenciones (impuestos al comercio exterior) anunciada en la semana en la que asumió el actual gobierno. Los beneficiarios son las grandes empresas exportadoras, apenas un puñado. Beneficiarios indirectos, los productores de lo que se exporte, unos cuantos miles de personas, que se enriquecerán con miles de millones de pesos. El resto: solo vemos un Estado con menos recursos. ¿Y los resultados económicos? Los precios, en este caso, no se abaratan con menos impuestos: la baja de las retenciones aumenta el precio interno de algunos productos.

En definitiva, el sistema impositivo sigue jugando un rol de equilibrador del poder y de la riqueza entre los ciudadanos, que es lo mismo que decir que juega un rol democratizador en la sociedad, buscar mayor igualdad. Históricamente, las rebajas de impuestos han obtenido a largo plazo un efecto de mayor concentración de la riqueza y aumento de la desigualdad. Estar al tanto de los alcances y de las limitaciones del sistema impositivo es parte, entonces, de la tarea democrática que tenemos como ciudadanos.