El presidente Mauricio Macri se vio obligado a extender su explicación por el escándalo de los Panamá Papers. La mayor filtración de datos financieros globales sobre empresas off shore en paraísos fiscales, le pegó en el plexo al mandatario argentino que creyó que podía sortear la noticia con la complicidad de los medios que tibiamente se hicieron eco del trabajo del consorcio de periodistas de investigación con sede en Washington. Pero la prensa internacional fue menos contemplativa con el presidente argentino, al igual que lo fue con el primer ministro inglés James Cameron, el presidente ruso Vladimir Putin y el mandatario de Islandia que terminó renunciando a su cargo.

La espectacularidad que logró la detención del empresario Lázaro Báez apenas si pudo amortiguar el impacto de la denuncia internacional que afectó al gobierno argentino.

A la presión de la prensa internacional habría que sumar la valiente decisión del fiscal Federico Delgado, que imputó a Macri  por el caso y lo obligó a anunciar su presentación ante la justicia para “que todo quede claro”. Pero en cierto punto, lo que la mayoría de la gente esperaba era una respuesta más política que jurídica de parte del presidente. Sobre todo teniendo en cuenta la propia frase del fiscal que declaró que “hay que investigar si (Macri) las escondió (a las empresas off shore) o se le escapó la tortuga”. Una situación que deja mal parado al presidente en cualquiera de las opciones.

Pero en el fondo, no sólo se trata de un dilema moral para un político. Sino que básicamente los paraísos fiscales esconden otra revelación. Como lo dijo el filósofo esloveno Slavoj Zizek “la realidad que surge de los Panamá Papers es la de la división de clases. Tan simple como eso. Los documentos nos enseñan cómo los ricos viven en un mundo separado en el que se aplican reglas diferentes, en el que el sistema legal y la autoridad se inclinan a su favor y no sólo los protegen, sino que siempre están preparados para torcer sistemáticamente las leyes para acomodarlos”.