Desde el mismo momento en que el multimillonario se hizo cargo de la primera magistratura del país, se advirtieron manifestaciones en su contra. Eso no tiene nada de raro teniendo en cuenta las características de Donald Trump, cuya personalidad, modos y -especialmente- ideas, resultan irritantes para muchas personas. Lo que llama a la reflexión es que esas expresiones opositoras a Trump incurran en muchos casos, en la intolerancia radical y la violencia.

Enojados y agresivos

En realidad desde la campaña electoral existieron agresiones contra Donald Trump. Sucedió cerca de las ciudades de San Francisco y Los Ángeles, en el estado de California. Trump tenía previsto brindar un discurso en un hotel de la localidad de Burlingame y debió ingresar por una puerta trasera debido a la presión de los manifestantes. Ellos se enfrentaron violentamente a la policía presente en el lugar, buscando ingresar al edificio rompiendo ventanas y otras entradas. Los reportes indicaron que la mayoría de los manifestantes eran latinos y portaban banderas mexicanas. Los manifestantes también atacaron a los periodistas presentes, a quienes les reclamaron no tomar fotografías de lo que estaba sucediendo. Es decir que sabían que lo que hacían estaba mal y para remediarlo eligieron una vía aun peor: atentar contra la libertad de expresión. Varias personas portaba carteles con la leyenda "El miedo y el odio no son presidenciales", o arrojaban proyectiles al grito de "Fuck Donald Trump". Un seguidor del magnate que confrontó con la multitud estuvo a punto de ser linchado, pero fue rescatado a tiempo por las fuerzas de seguridad.

El mismo 20 de enero, mientras Trump juraba en Washington como 45° presidente de los Estados Unidos, un grupo organizado que marchaba en el noroeste de la ciudad participó en actos de vandalismo y hubo varios casos de destrucción de propiedad privada. El grupo, que iba armado con palancas, martillos, piedras y otros objetos, dañó vehículos, rompió las ventanas de múltiples negocios e inició fuegos aislados. Como consecuencia, los agentes antimotines lanzaron gas lacrimógeno y balas de goma contra los manifestantes en el centro de capital. Varios vehículos de la policía fueron dañados y dos oficiales uniformados sufrieron heridas por ataques coordinados de miembros del grupo que intentaban evitar los arrestos. Por la tarde del mismo día, un grupo de manifestantes vandalizó y quemó una limusina a sólo dos cuadras de donde se realizaba el desfile de la investidura del nuevo mandatario. La Policía informó que a lo largo de ese día arrestó a 217 personas en Washington. 

La semana pasada, Milo Yiannopoulos, editor de un sitio ultraconservador de noticias británico llamado Breitbart y simpatizante del nuevo presidente, iba a exponer en la entidad educativa pero los estudiantes no se lo permitieron. Los manifestantes quemaron trozos de madera en medio de la calle, rompieron vidrieras de locales comerciales y lanzaron fuegos artificiales a la policía, que respondió con bombas de gas lacrimógeno. Los estudiantes pidieron a gritos la cancelación de la exposición y lo lograron tras bloquear el acceso a la universidad. Independientemente de las ideas que profese Milo Yiannopoulos, conocido por sus comentarios provocadores en las redes sociales, debió retirarse del lugar viendo vulnerado el derecho a la libertad de expresión tanto el suyo propio como el de quienes querían escucharlo.

Protestas similares se registraron en la Universidad de California en la ciudad de Davis, a 100 kilómetros de Berkeley, que también tuvo que cancelar charlas con Yiannopoulos y el exejecutivo farmacéutico, Martin Shkreli.

¿Tolerancia o comprensión?

Donald Trump ganó las elecciones presidenciales conforme a reglas de juego democráticas previamente establecidas. Como se dice habitualmente, “ganó en buena ley”. Pese a que muchas de sus ideas y sus acciones incomoden, disgusten, irriten o molesten, habrá que aprender a convivir con él. Los límites a Trump aparecerán en cuanto quiera hacer abuso de su poder e intente vulnerar las reglas de juego de la democracia que lo llevaron al sitio que ahora ocupa. Mientras tanto, quién no simpatice con él o con sus seguidores, debería -como mínimo- tolerarlo. 

Pero una reflexión se hace necesaria respecto de estos hechos. Si el nuevo presidente disgusta, molesta, resulta chocante en su discurso y en sus acciones, cualquier persona debe tener su derecho garantizado a oponerse, a manifestarse, a expresarse. Esto está fuera de dudas. Sin embargo, quienes promueven los valores de la libertad, la democracia y los derechos del hombre y del ciudadano, no pueden defender esos valores y esos derechos vulnerándolos, sin caer en una contradicción. Quienes reclaman tolerancia con los inmigrantes, con las minorías, con quienes piensan distinto, no debieran destruir, violentar e impedir las expresiones que a su vez no comparten. Los auténticos defensores de los valores democráticos, republicanos y libertarios, deberían ser tolerantes con los intolerantes.

Más aún: habría que preguntarse a conciencia hasta qué punto la tolerancia, entendida como “soportar aquello que resulta insoportable”, tiene sentido. ¿No sería acaso mucho más civilizado hacer un ejercicio de comprensión? Comprender al otro no significa en ningún modo justificar ni sus ideas ni sus acciones. Comprender puede ayudar a responder, a confrontar, incluso a oponerse y combatir.

Trump, Borges y Plutarco

La intolerancia y la violencia de los “anti-Trump” bien puede llevar a recordar algunos pensamientos interesantes. Jorge Luis Borges dijo alguna vez “hay que tener cuidado al elegir a los enemigos, porque uno termina pareciéndose mucho a ellos”. ¿Acaso la intolerancia y la violencia de los manifestantes autoproclamados progresistas, fervientes opositores de Trump, no los asemeja a él? Resulta peligroso combatir ideas, métodos o instrumentos violentos con las mismas armas del otro. Acaso abría que proponerse romper esa dialéctica de amigo-enemigo para buscar en el otro al adversario, aquel que solamente está enfrente de manera ocasional y no supone en ningún modo la propia destrucción. 

El historiador de la antigüedad clásica, Plutarco, iba todavía más allá. “No comparto tus ideas, pero gustoso daría la vida por defender tu derecho a expresarlas”, sostenía. Incluso en el mayor desacuerdo, en la mayor diferencia, podemos ponernos de acuerdo en que no estamos de acuerdo y podemos expresarlo.

Sería conveniente reservar la violencia para la resistencia civil contra un tirano. Trump será muchas cosas, puede resultar desagradable, incomodar y disgustar, pero no es un tirano. Por lo menos no lo es todavía.