“El olor a guerra se siente en el aire”, expresó el presidente sirio Bashar al-Asad en una entrevista que le realizaron hace pocos días. La puja entre Rusia y los Estados Unidos en torno al conflicto sirio, produjo que con frecuencia creciente haya referencias a una Tercera Guerra Mundial.

En Rusia por ejemplo, el periodista favorito del gobierno de Vladimir Putin, Dmitry Kiselyov, conocido además por sus diatribas contra Occidente, expresó que el "comportamiento insolente" del gobierno estadounidense hacia Rusia podía tener consecuencias "nucleares".

Hechos, no palabras

Las relaciones entre Rusia y los Estados Unidos en particular y Occidente en general, atraviesan un momento crítico. El último episodio del desencuentro fue la suspensión del viaje que Vladimir Putin iba a hacer a París para encontrarse con su par, Francoise Hollande. Pero no fue el único hecho ni el más importante. 

Repasando los últimos acontecimientos, cabe señalar que la última semana el gobierno ruso envió tres barcos de guerra de su flota del Mar Negro al Mediterráneo. Las naves iban cargando misiles teledirigidos capaces de portar cabezas nucleares. Recientemente, Rusia también desplegó misiles Iskander M, con capacidad nuclear, en su enclave de Kaliningrado, situado entre Polonia y Lituania, en clara amenaza hacia la Unión Europea (UE). Putin mantiene otro conflicto con los estadounidenses y con el bloque comunitario a propósito del dominio sobre Ucrania. En los últimos días, el gobierno ruso también anunció el envío de 5 mil paracaidistas para realizar ejercicios militares en Egipto. A comienzos de octubre, inquietó a los países de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) con el sobrevuelo de dos bombarderos Túpolev que llegó hasta las costas de Vizcaya, en España. Como si fuera poco, desde Moscú se suspendieron tres acuerdos nucleares con los Estados Unidos.

La crisis siria

El pasado 12 de septiembre había entrado en vigor una tregua de siete días en Siria, declarada en virtud de un plan de acción acordado por los gobiernos de Rusia y los Estados Unidos para resolver el conflicto en el país árabe. Una semana más tarde, el 19 de septiembre, el ejército sirio abandonó el alto el fuego denunciando numerosas infracciones por parte de los insurgentes.

El problema se agudizó en torno al sitio de Alepo, la ciudad más importante y más poblada del país, cercada por una combinación de fuerzas sirias, rusas y de las milicias libanesas de Hezbolla. Allí se lleva adelante una campaña de ataques aéreos contra las posiciones de los grupos terroristas Estado Islámico (ISIS) y el Frente Fatah al Sham (antiguo Frente al Nusra). El problema se suscita porque con los bombardeos se han destruido edificios públicos, escuelas y hospitales, provocando un aumento escandaloso de víctimas civiles. 

En ese contexto, la semana pasada Rusia vetó una resolución sobre Siria en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) impulsada por Occidente, cuyo objetivo era frenar los bombardeos aéreos rusos sobre Alepo. Putin solo contó con el apoyo de Venezuela, a cambio de su aval para restringir la producción de petróleo y buscar así apreciar esa materia prima, algo que urge al gobierno de Nicolás Maduro.

Ni siquiera el gobierno chino apoyó la decisión rusa. En cuatro ocasiones anteriores el veto de China acompañó al de Rusia en resoluciones que pretendían contrariar al gobierno de los Estados Unidos y sus aliados. Pero esta vez no quiso quedar expuesto a la evidencia de los crímenes de guerra que están cometiéndose en Alepo.

Lo cierto es que resulta prácticamente imposible poner un límite al gobierno ruso y no se puede denunciar a Vladimir Putin ni a Bashar al-Asad por cometer crímenes de guerra dado que ni Rusia ni Siria participan del tratado que establece la Corte Penal Internacional, a la que correspondería abrir una investigación. En este caso, solo podría decidirlo el Consejo de Seguridad de la ONU, donde Rusia tiene derecho de veto.

Rusos versus yankis

La ruptura de la tregua y el incremento de las acciones rusas tendientes a obtener una rápida victoria sobre los terroristas en Siria podrían tratarse de medidas anticipatorias a lo que en Moscú interpretan como un cambio de estrategia por parte del gobierno de los Estados Unidos. La administración Obama está hablando abiertamente de un “Plan B” para Siria, que significaría el uso directo de la fuerza en el país en contra de las fuerzas del presidente Bashar al-Asad.

Por su parte, Vladimir Putin apunta a convertir una inminente derrota del Estado Islámico en una victoria del régimen de su aliado al-Asad, que garantizaría la consolidación de la presencia permanente de Rusia en la región.

Tanto los ataques en Alepo como el resto de las acciones intimidatoria que Rusia viene llevando adelante se producen en un momento crítico para los Estados Unidos como es la transición en la Casa Blanca. Y está claro desde hace tiempo que Putin no quiere un triunfo de Hillary Clinton, a quien acusa de haber alentado a grupos opositores rusos cuando era Secretaria de Estado.

Las transiciones políticas en los Estados Unidos suelen ser momentos de vulnerabilidad y riesgo, desde la crisis con Cuba en 1961, entre Eisenhower y Kennedy, hasta la guerra de Gaza a principios de 2009, entre Bush y Obama. En esta oportunidad, existen sospechas de interferencias del gobierno ruso en la campaña electoral mediante espionaje electrónico y hasta de financiamiento directo de la campaña de Donald Trump, quien en reiteradas oportunidades mostró afinidad y simpatía por Putin. 

Lamentablemente quienes suelen padecer este tipo de disputas son personas inocentes. Los sirios están pasando por un calvario. La ONU no puede determinar un número exacto de muertos, pero los calcula entre 300 y 400 mil desde que se inició el conflicto. 

Independientemente de la crisis siria, el mundo parece estar asistiendo a una Guerra Mundial en cuotas, como denunciara hace tiempo el Papa Francisco. Y parece poco probable que el recambio en la Casa Blanca, sea quien fuere el ganador o ganadora, vaya a cambiar las cosas.