Hasta la madrugada del 22 de enero la vida de los Camilo tenía los vaivenes típicos de una familia de clase media trabajadora. Hugo (48 años) se pasaba más de ocho horas arriba del auto para poder mantener su casa sin ningún sobresalto económico. Conocía el oficio como pocos: se subió por primera vez a un taxi cuando tuvo edad para conducir. Nunca más se bajó.

El "gordo", como lo llamaban sus colegas, era un amante de las pequeñas felicidades de la vida: un asado en familia, una tarde de pesca o un mimo de sus pequeños sobrinos lo hacían el hombre más feliz del mundo. Era desprendido y muy solidario. Siempre estaba pendiente de los demás. La fatalidad se ensañó con sus loables atributos.

En aquella madrugada calurosa, recibió una alerta en el GPS de su auto que lo preocupó. Un colega estaba pidiendo auxilio. Hugo ya no estaba en servicio. Minutos antes, había pasado por la puerta del sanatorio Plaza para buscar a Gisele, su hija médica, a quien recogía en cada regreso a casa. La rutina formaba parte de los cuidados que tomaban para protegerse de la inseguridad. Cuando la luz de pánico empezó a titilar, padre e hija estaban a pocas cuadras de llegar a destino, en Nuevo Alberdi. "Voy a desviarme para ver qué está pasando", le dijo Hugo a Gisele. Con su consentimiento, cambió el recorrido.

Cuando llegó al lugar encontró a un compañero detenido y con un pasajero. Le preguntó si estaba todo en orden. "Quedate tranquilo, Huguito. Está todo bien", le respondió. Pero al levantar la mano para saludarlo Camilo advirtió que tenía sangre. El ladrón se dio cuenta que había sido descubierto, se bajó del auto y empezó a disparar. Hugo aceleró e inclinó su cuerpo para proteger a su hija. Ese movimiento provocó que quedara en medio del recorrido de la única bala que perforó la puerta trasera del auto.

El proyectil ingresó en la zona lumbar y daño sus intestinos. Hugo nunca quitó el pie del acelerador. Recién detuvo la marcha cuando entendió que ya no corría más peligro, en Baigorria y Circunvalación. Una ambulancia lo trasladó de urgencia al Hospital Eva Perón, en donde permaneció internado hasta que falleció. Su muerte derivó en un paro de taxis que recién se levantó cuando el ministerio de Seguridad prometió intensificar los controles para combatir los constantes robos que sufre el sector.

Hugo tenía tres hijos y una numerosa familia detrás que sufría cada vez que salía a la calle en el turno de la noche. En 2013, se tuvo que arrojar del coche en un violento robo: un pasajero lo atacó con un destornillador para sacarle la recaudación. En el forcejeo, abrió la puerta y se dejó caer sobre el asfalto. Tuvo que ser atendido en una guardia por la gravedad de algunos traumatismos.

El crimen de Camilo desencadenó en otra pérdida, la de su papá. A pocos días de su muerte, Hugo Arnaldo (68 años) se descompuso. Su corazón no toleró tamaña tristeza. Sufrió un infarto y falleció tras ser internado. "Estaba sano y fuerte. Murió de tristeza por la muerte de Hugo, no la toleró", le contó Darío, su otro hijo, a Rosarioplus.com. "Destrozaron una familia entera en una abrir y cerrar de ojo. Me quitaron a mi hermano y después a mi viejo. Todo junto", se lamentó.

Darío trabaja como docente en una escuela de Capitán Bermúdez. Hoy en día, su mayor preocupación pasa por contener a Norma, su mamá, quien sufre de presión alta. Su cuerpo convive con el dolor de la pérdida. El hermano de Hugo es escéptico respecto al avance de la investigación abierta por el homicidio. 

"El agresor está identificado pero sigue en caminando por la calle. Sabemos que estaba en libertad condicional, que había salido de la cárcel en diciembre. En la fiscalía nos dicen que no hay pruebas, que no se puede hacer mucho", detalló resignado.

Darío admite que la pesadilla no tiene fin.  No tolera mirar al costado y no encontrar la habitual felicidad de su familia. Los Camilo ya no sonríen como antes.