El homicidio de Damián Lucero, el domingo a la madrugada a manos de dos motochorros que lo asaltaron en Constitución al 400 cuando caminaba a buscar a su hija a la terminal de ómnibus, derivó el lunes a la noche en una masiva y silenciosa demostración de dolor frente a su casa, y luego en una furiosa protesta en la comisaría 7ª, de Cafferata al 300.

 

 

"Que alguien haga algo de una vez. Nos están matando a todos. No se puede hacer un mandado, esperar el colectivo. A Damián lo quería todo el mundo, era trabajador, baterista, excelente papá. Una pérdida irreparable, y yo no sé cómo voy a hacer ahora con los chicos. No le robaron nada, encontraron el reloj tirado, llevaba plata pero no la billetera. Llegó acá tirado, decía que se moría, que se ahogaba. Paró un taxi, no podíamos levantarlo, y en el Centenario nadie salía a atendernos", relató Maia Polo, la joven viuda que ahora se apoya en la solidaridad del barrio y en sus cuatro hijos, más el bebé que espera en su vientre.Un alambre de púa enrollado sobre el alero del garaje insinuaba que la inseguridad es una certeza constante en el barrio detrás de la terminal. Damián había nacido en esa casa despintada, hace 36 años, y la mitad de su vida la pasó con Maia.

 

 

La manifestación espontánea se nutrió de vecinos, amigos de los chicos, alumnos de batería de Lucero, clientes de la verdulería que atendía en Francia y Rioja, y velas, y aplausos, y mil relatos sobre tantos robos que dominan las conversaciones en el barrio Luis Agote. "Impacta que esto pasó en una situación que todos hacemos como esperar a alguien que llega de madrugada", reflexionó Matías, un vecino. Octavio -hermano de Maia- pidió más control sobre las motos que merodean el barrio. "Siempre son dos, sin casco, sin patente, a cualquier hora, si nosotros los conocemos, la policía también", calculó. Y les rogó a los asesinos de su cuñado: "Dejen de arruinar familias, como lo hicieron con la de mi hermana. Si tienen algo de cerebro, piensen qué sentirían si les hacen esto a ustedes?".

 

La columna marchó en silencio hasta la comisaría de la zona, la 7ª, señalada en los últimos meses por varios hechos que erizan a la opinión pública, como la proliferación de prostíbulos clandestinos, narcomenudeo y la misteriosa muerte de Franco Casco, el joven bonaerense que estuvo preso allí en octubre y cuyo cadáver apareció en el río.

El gentío dejó de ser silencioso al llegar frente a la seccional policial. Insultos, huevazos y un intento fallido del inspector Zancocchia de encarar la demanda: “Qué quieren que les diga...”, musitó y fue nafta al fuego. Los más exaltados irrumpieron en el interior, y en las escaramuzas que no llegaron a mayores, alguien apagó la luz y desapareció la gorra del comisario Sergio Cantero.

 

Zancocchia desmintió luego, ante Rosarioplus.com que haya “zona liberada” para los motochorros, como denuncian los vecinos, y también que sus hombres recauden coimas entre los prostíbulos clandestinos del barrio.

Los manifestantes regresaron a sus casas, convencidos de que el asesinato de Lucero fue el límite de la tolerancia civil. Entre los últimos gritos, una mujer rugió: "La paz se terminó cuando mataron a Damián".