Este domingo de Pascua, vale la pena recordar cómo fue que huevos de chocolate y conejos se volvieron sinónimo de esta fecha. 

El conejo y el huevo de pascua tienen sus orígenes en la antigua celebración del equinoccio de la primavera. Las diosas de esta estación eran Ostara, Eostre, Isthar. Variaba según los pueblos. Estas diosas tenían en común los elementos con los que se las asociaba. Uno era el huevo, cómo símbolo de inicio, de nueva vida; y el conejo como símbolo de inagotable fecundidad. Con estos se representaba y se celebraba la llegada de la primavera, rindiéndoles culto a estas diosas que eran quienes la traían. Como con esta estación llega el color, se acostumbraba pintar de vistosos colores los huevos que se colocaban en sus altares. Pero además, a algunas de estas diosas se le rendía culto mediante la realización de orgías legitimadas por el clima sacro de esa celebración.

Como algunas tribus continuaban celebrando este festival pagano a pesar de ya haber sido convertidos al cristianismo, la Iglesia decidió permitirles conservar esta antigua tradición, pero dándole un nuevo sentido cristiano y así orientar los festejos hacia el “dios verdadero”. Ésta era una práctica común en el proceso de evangelización, en el proceso de “toma la Biblia dame la tierra”, en el que en lugar de intentar suprimir los ritos paganos populares y establecidos, simplemente se proporcionaba una reinterpretación cristiana de esa festividad y sus características. Para esto aprovecharon la fecha de celebración de la misma, 21 de marzo, muy cerca de la fiesta cristiana de la resurrección de Cristo y el tema común del renacer.

Así, la Iglesia cristiana conjugó el huevo y el conejo, símbolos del nacimiento y de fecundidad de la fiesta pagana de la llegada de la primavera y los utilizó como símbolo de su fiesta de resurrección.

Hay una leyenda que intenta explicar al conejo y los huevos dentro de la resurrección de Jesús, que dice que cuando fue sepultado en la cueva había un conejo escondido que vio desde que pusieron el cuerpo hasta que este cuerpo resucitó. Como era un conejo muy inteligente comprendió que Jesús era hijo de Dios y se sintió en el deber de avisar al mundo que había resucitado. Como no podía hablar pensó que si repartía huevos coloreados el mundo comprendería el mensaje. Es obvio que esta versión no llegó muy lejos.

En fin, se conservaron ciertas formas pero modificando la sustancia. Sin embargo los cristianos ortodoxos jamás aceptaron al conejo como símbolo de pascuas, debido a los motivos poco beatos a los que está asociado.

Hoy, miles de años después, desde ecos ancestrales llegan los indicios de una lucha silenciosa, una lucha que prosiguió en las sombras. La pelea simbólica que mediante un huevo y un conejo trae celebraciones poco santas y convierte a las pascuas en un híbrido de costumbres, costumbres populares que se conjugan y pulsean con las costumbres impartidas por “El Dios Verdadero”.