Siempre supe que quería ser jugador de fútbol. Mi abuela, por parte de mi viejo, contaba que cada vez que me preguntaban a qué pensaba dedicarme, yo siempre decía que iba a ser futbolista. Y por eso siempre tuve claro que algún día me iba a ir de Hughes. Pero no fue fácil dejar el pueblo donde nací, me crié y viví la mitad de mi vida.

Hughes tiene seis mil habitantes y está al sur de Santa Fe, a unos 140 kilómetros de Rosario. Es mi lugar en el mundo, donde soy uno más, me olvido de todo y recargo energías para volver al trabajo de la semana. Lo más difícil de ser jugador profesional es, precisamente, ser uno más, sobre todo en un ciudad futbolera como Rosario. Acá todos te hablan de fútbol: el vecino, un amigo, el mozo. Y todo eso en Hughes no me pasa. Obviamente hay charlas generales sobre fútbol, pero no cosas de la actualidad o del día a día. Por eso cuando tengo la posibilidad, me vuelvo. Me voy a pescar o me quedo tomando mates en la vereda de mi casa con mis amigos. Allá descargo el nerviosismo que te genera el día a día.

Dejar Hughes fue difícil. A los 14 años me vine a Rosario a una pensión que tenía mi representante, Fabián Soldini. Vine con un compañero de mi pueblo. Los primeros días estuvieron buenísimos porque estábamos todo el día juntos, pero él a los tres o cuatro días no se la bancó, se volvió Hughes y me quedé solo. Y si bien me volvía todos los fines de semana, estar de lunes a sábado en Rosario se me hacía interminable. En esa época no había la tecnología que existe hoy para comunicarte con tu familia, tu novia o tus amigos. Llamaba desde la pensión a mi casa o mi vieja llamaba a la pensión. Y ahí te peleabas por hablar porque como yo había un montón de chicos.

Los primeros meses fueron complicados. Llegaba de entrenar, almorzaba, dormía la siesta y lo único que hacía a la tarde era sentarme en la vereda de la pensión, que estaba por 27 de Febrero e Italia, esperando que pasara alguien de Hughes. A veces pasaban cinco o seis días hasta que me cruzaba con alguien del pueblo. Y con eso me conformaba, me sentía un poco más cerca.

La decisión de salir del pueblo ya la tenía tomada desde el momento que supe que quería ser futbolista, pero no sabía si me la iba a bancar. A Rosario había venido por el laburo de mi viejo, que era viajante, pero nunca había estado fuera de mi casa. En mi casa siempre me bancaron. Mi vieja nunca me dijo nada ni tampoco me pidió que me quedara. Y eso que yo sabía que ella sufría porque yo me venía a Rosario. Yo siempre les agradezco el apoyo. Jugara donde jugara (Rosario, Córdoba o Buenos Aires), ellos me iban a ver y después me volvía con ellos a Hughes. Y el lunes a la madrugada me iba en las combis que salían para Rosario con estudiantes o con la gente que venía por laburo. Salía a las 4 de la mañana, llegaba a las 7 y a las 8 me iba a entrenar.

Pero igual me costó un tiempo adaptarme, hasta que me hice amigos de mis compañeros de inferiores. Estuve los primeros dos años sin quedarme un fin de semana en Rosario. Me volvía siempre al pueblo. Hasta que un día Fabián me dijo: “O te empezás a quedar o tenés que dejar el fútbol”. Me puso entre la espada y la pared. Y tuve que cambiar.

Tengo que admitir que lo hice renegar bastante al principio. En la escuela no me iba muy bien y cada tanto pegaba el faltazo. Por eso, Fabián me “castigó” y me mandó a la pensión de Juan Manuel de Rosas y 27 de Febrero, que era de Newell’s. Pero resulta que justo ahí había un chico de Hughes que estaba en las inferiores de Newell’s. Así que el castigo a mí me vino bárbaro. Es más, cuando a los tres meses me quisieron llevar de nuevo al departamento, yo no me quise ir. El cambio ese me sirvió bastante y me hizo muy bien. Con ese chico íbamos a caminar por ahí después de comer, tomábamos mate en la pieza y siempre nos contábamos nuestras historias de nuestras vidas. La familia, los amigos, las novias y, obviamente, el pueblo.