La tarde del miércoles cae como cualquier otra en barrio Martin: algunos regresan del trabajo, otros enfilan al parque Urquiza para el running, todo en medio de un calor sofocante y desubicado para mediados de marzo. De repente, explosiones cortas y constantes rompen con la tranquilidad. Lo primero que piensan quienes ocupan los departamentos ubicados en la zona, es que se trata de petardos, pero las fiestas quedaron lejos. Luego piensan en manifestaciones sociales, que no creen probables en su barrio.

Para verificar a qué responden los estruendos -que comienzan a preocupar- todos salen a los balcones de las inmensas torres que no bajan de los 20 pisos de la exclusiva esquina de Mendoza y Ayacucho. Apoyan la panza en la baranda y miran hacia planta baja: el humo que proviene del supermercado La Gallega impresiona y es todo un indicio. Explosiones más humo es igual a incendio.

Ornela Armándola estudia en el piso 19, tranquila y fresca, y cree que las explosiones provienen de alguna manifestación, pero de repente se convierte en una de las que se asoma por el balcón y se da cuenta de que la cuestión es grave. Dos minutos después, baja con celeridad por las escaleras, empujada por el miedo al igual que sus vecinos.  

El incendio empieza rápido, tan rápido como se transmite el miedo entre los vecinos. “La gente estaba exaltada cuando bajaba por las escaleras, sentía pánico y gritaba”, revela Ornela a Rosarioplus.com.

Cuando logran ver lo que sucede al bajar los últimos escalones, la procesión de emergencia se alivia, aunque sea a medias: ya no existe posibilidad de quedar encerrados, pero afuera la situación es caótica. Ya pasaron varios minutos desde que los transeúntes divisan el humo que sale del depósito del supermercado y comienzan a acercarse. Señoras con mascotas en mano, corredores al paso y los expulsados del encierro de los departamentos hacen el primer grueso del tumulto que crecerá poco después.

“Me hace acordar a calle Salta”, le dice exaltada y, abanico en mano, una señora a Ornela en relación a la trágica explosión. Delante de ellas, la unidad de bomberos larga los primeros chorros al aire pero el humo se vuelve gris intenso. Las explosiones se debían a que las llamas alcanzaron el stock de aerosoles y desodorantes, les explican, pero cedieron ante el esfuerzo de los bomberos. Se quedarán por diez horas en el lugar, hasta poco antes que amanezca. Y volverán luego a combatir incluso otro pequeño foco durante la mañana.

La moderna torre de Mendoza y Ayacucho fue la más damnificada por el incendio, ya que se encuentra lindera al supermercado. Luego de dos horas de controlado el fuego, dieron la orden a los habitantes para ingresar, tomar algunas prendas y cosas de valor, y desalojar las viviendas, por lo menos hasta el jueves por la mañana. Cumplieron al pie de la letra. Sin embargo, según cuenta Ornela, en la mañana del jueves el consorcio notificó que aún no era posible el retorno debido a la falta de luz eléctrica y sobre todo porque las llamas estaban reviviendo. Hubo que esperar más para volver. Al menos, la angustia gruesa se había ido. Era hora de volver a la rutina.