Y hacía un frío bárbaro. Empezaba la Copa América para Messi y compañía. La excusa fue suficiente y gente de todos los puntos del país se acercó hasta La Serena para verlos. Cuando faltaba una hora para el comienzo del partido el estadio, todavía iluminado naturalmente, estaba casi lleno. Muy de a poco aparecieron canciones. La suerte geográfica ayudó para que no se entonase la perforante “Brasil decime que se siente”.

“Villar está lesionado”, trascendió en el centro de prensa, con más entusiasmo entre los argentinos. El destacado arquero de Paraguay siempre fue difícil de superar para Argentina. Estaba todo dado.

Primero salieron los arqueros, luego los jugadores de campo. Había que entrar en calor, y también saludar a la gente. Paraguay prefirió guardarse. Los hinchas se divertían con las piruetas de los jugadores, y también con los guardias, que no podían devolver ninguna de las pelotas que Di María (ya desde temprano) y Pastore tiraban lejos.

Había muchos locales que, de tanto en tanto, cantaban la nuevísima “¡Chi-chi-chi, le-le-le, viva Chile!”. Lo propio hacían los paraguayos, un puñado de ellos, que no querían quedarse atrás. Y los argentinos, que dieron vueltas sobre el típico repertorio nacional. Y así hasta que comenzó el partido.

Luego fueron 90 minutos de silencio que permitió escuchar cada detalle del partido como si de una obra de vals se tratase. Los pedidos de los técnicos, los avisos de los jugadores, las quejas y los gritos individuales de los hinchas.

El primer tiempo dio argumentos para empezar a comer el postre antes de la cena.  

Ramón Díaz, técnico de Paraguay, fue ignorado. A Tévez se le solicito la vuelta a Boca, este río y habló con Lavezzi mientras entraban en calor. Ortigoza fue el blanco de los ya típicos “¡¡Correte que están jugando!!”. Messi generaba la exaltación de cualquiera por cualquier cosa. Solo hacía falta que se acercase a tirar un corner para que la platea más cercana lo vitorease con la desmesura con la que una familia recibe a un recién nacido.

La diferencia era, en rendimiento y en resultado, daba esperanzas. Por acción y por mera presencia Messi había puesto las cosas 2-0 con la ayuda de un despierto Kun Agüero.

Como preludio del segundo tiempo el equipo de Martino salió tarde a la cancha y ya nunca más iba a poder alcanzar a sur par guaraní. Desconexiones como las que produce la EPE en verano entre las líneas de ataque y defensa. Falta de sociedades. Malos retrocesos. Ausencia de laterales en el ataque. Argentina fue de a poco dejándose comer por su rival. A Ramón Díaz ya no se lo ignoraba, a medida que Paraguay creaba peligro los insultos aumentaban en cantidad y volumen. Argentina intentó, entraron Tévez e Higuaín, pero siempre chocó con el arquero suplente de Villar.

Quedará esperar para ver si fue un paso en falso, o si todavía la idea de juego no está tan clara cómo Martino aseguró en la previa de la Copa. En la previa del encuentro con Paraguay Martino pedía ver el rendimiento, y no fue bueno. Tampoco lo fue el resultado, aunque el método de clasificación (pasan a la siguiente fase más equipos de los que quedan afuera) no fomenta la desesperación.

No hubo ningún festejo. Y hacía un frío bárbaro.