Es un hecho concreto que muchas veces mientras se desarrollan los estudios universitarios se busque un trabajo para enfrentar los gastos de esta etapa y ante esta necesidad, ser telemarketer es una de las principales ofertas que el mercado laboral le hace a la juventud. En una ciudad con población joven y universitaria como Rosario, la presencia de un gran número de call centers es estratégica. Portación numérica, pactación, migración y venta de seguros de vida son algunas de las campañas que, a cualquier persona que esté trabajando o haya pasado por una de estas empresas, le resulta familiar. En mi caso, me referencian a uno de esos familiares que no es grato encontrarse ni recordar.

Encima, estos ámbitos laborales recobraron exposición pública en las últimas semanas luego de que trascendiera que en algunos call centers de la ciudad se detectaron casos de sarna en su plantel de operadores. Si algo le faltaba a esos lugares para ser insoportables, fue esta cuestión.

Este trabajo aunque a muchos nos resulte agobiante, nobleza obliga, tiene una serie de ventajas para aquellas personas que no pueden trabajar varias horas al día y necesitan un sueldo, aunque no sea el mejor. Digamos que tener una obra social desde el momento en que ingresas a la capacitación es un punto a favor y también lo es tener desde temprano aportes jubilatorios. Con las jornadas de 6 horas laborales entro en una contradicción, por un lado es evidente que permite que quién estudia continúe con su carrera. Pero por otro, la baja carga horaria, supongo, tiene que ver con lo insalubre y agobiante que termina resultando la labor.

Como no podía ser de otra forma, en el 2014 conmigo sucedió. Debo confesar que al principio subestimé bastante el trabajo como telemarketer y hasta pensé que iba a ser una experiencia sumamente grata. Si soy estudiante de comunicación social ¿qué podría salir mal? Bueno, evidentemente ese reduccionismo me jugó en contra. Y aunque el trato con la gente siempre me había resultado fácil y ameno, siempre me quedará el call center como excepción a mi regla, así que me dejo de introducciones y paso a la experiencia en sí.

Entrevista: hablá mucho y sonreí

Al día siguiente de dejar el CV en la empresa me llaman de la misma para concretar una entrevista. Era jueves y quedamos para el viernes. Motivadísimo por la rapidez en que se me presentó esta posibilidad y la suerte de que me hayan llamado le pedí consejos a una amiga que, claramente,  trabaja en una de estas empresas. “¡Ay sí, Cris! Andate bien vestido, hablá mucho y sonreí que vas a quedar” me dijo. Obviamente fue lo que hice. Como homosexual que soy, ser extrovertido no es algo que me cueste demasiado y ese lunes me tiré todo el placard encima y no alcancé a sentarme en la sala de Recursos Humanos, en una entrevista grupal, que empecé con el monólogo. La mirada de odio de un flaco que tenía enfrente no fue algo que inhibió. 

  • ¡Hola, buen día! Yo soy Cristian y tengo 22 años. Soy de Colón Buenos Aires, vivo ya hace varios años en Rosario, estudio Comunicación Social y estoy buscando este trabajo porque blablabla... (Todo, siguiendo con el consejo, con una sonrisa en la cara)

Después que nos presentamos todos los que estábamos, llegó el turno de la primera venta. Me acuerdo que en ese momento tenía un celular Motorola y se lo tuve que describir a la chica que coordinaba la situación. La entrevista terminó con un aviso que podían pasar 15 días hasta que nos llamaran, después de ese plazo quedábamos descartados. Yo me fui a esperar el colectivo para volver a casa y ya sentado me suena el celular. Efectivamente el consejo de mi amiga había resultado y los 15 días nunca pasaron. Era “la chica de Recursos Humanos” que me llamaba para que el día siguiente (sábado a las 8 am) vaya a hacerme los exámenes pre-ocupacionales y coordinar el inicio de la capacitación. ¡El maricón estaba eufórico! Corté el teléfono y la llamé a mi amiga para contarle y hacerle saber que sus indicaciones habían resultado.

Capacitación: cómo hablar mucho, no olvidarte de decir nada pero que no se te entienda demasiado

Llegó el día pactado para comenzar a capacitarme. Oootra vez todo el placard encima y hablar mucho, porque ahora había que agradarle a quien estaba al mando de la capacitación. La intriga, el nerviosismo de no saber qué iba a pasar y los ojos saltones de quienes estábamos en ese salón eran rasgos que se repetían en todos.

Los murmullos tímidos de quienes recién se conocen se terminaron cuando entró una mujer y se paró enfrente. Cual maestra ciruela empezó a contarnos, con un tono intimidatorio, lo afortunados que éramos de estar en una empresa tan humana y facilitadora del progreso como era esa. “¡Aquellos que no estén seguros, pueden levantarse e irse en este momento así no perdemos el tiempo ni nosotros ni ustedes!” dijo y los ojos de todos parecieron salirse de la órbita mientras el cuello se nos hundía entre los hombros. Ella, tan humana como sincera y obvio, que nadie se levantó, aunque al otro día ya éramos algunos menos. Después de ese consejo, tomó asistencia mientras a la vez que indicaba qué campaña nos correspondía. Su performance terminó en la presentación de quien iba a estar a cargo de la capacitación.

“Chicos, les voy a ser sincero” nos dijo Luciano después de presentarse como el capacitador de la campaña de portación numérica. Y, entre otras palabras, continuó diciéndonos que ese era un trabajo fácil si había ganas de hacerlo y si aprendíamos a hablar mucho pero que no se nos entendiera demasiado, aunque tampoco nos podíamos olvidar de las especificaciones del plan que estábamos vendiendo peeero había que evitar entrar en detalles. Sí, muchas cosas, muchas palabras, en resumen un trabalenguas que evidenciaban el por qué él era el capacitador.

Comparar el costo del plan que estábamos ofreciendo con lo que se podía comprar en el supermercado con el mismo dinero, hablar de la situación económica del país, hacer notar  los últimos aumentos que la empresa a la que le estábamos intentando sacar el cliente había realizado y repetir cuantas veces pudiéramos los beneficios que ofrecíamos eran algunas de las estrategias que se nos enseñaron en la jornada de capacitación. Siempre todo tan fácil y tan sencillo cuando se lo dice a modo de chiste, pero a la hora de colgarse la vincha y sentir el: ¡hola! de una persona al otro lado, no resultó así.

Estar en la línea: generar necesidades, competir con el resto y olvidarte de todo cuando colgás la  vincha

La capacitación terminó y el momento ¿esperado? llegó. Lunes 8 am y yo ya estaba sentadito con la vincha puesta. Me sentía un locutor de radio y el box asignado me daba la impronta de una secretaria en su oficina. ¡Chocho! Todo fue tan lindo hasta que empecé a abrir los programas necesarios para el trabajo: el interno de la empresa que controla que estés trabajando, el del servicio de llamada saliente y el otro de los datos de la persona que está al otro lado hablando. Un mareo tremendo. Si a esto le sumamos los gritos que, según la supervisora, son para alentar un día positivo, los mensajes internos que informan qué equipo de toda la planta va primero en ventas, saber que te están escuchando desde control de calidad y darse vuelta y ver que tenés atrás de tu cabeza el pizarrón con tu nombre y el de tus compañeros con el número de ventas concretadas al lado es too much. Mami, venía a buscarme. El debut no fue como lo imaginaba.

“Relajate Cristian que faltan 5 horas y es tu primer día, es obvio que estés perdido” pensaba yo para aliviarme.

  • Hola, buenos días. Mi nombre es Cristian Alb…
  • ¿Qué querés pibe? estaba durmiendo.   

Oootra vez: “¡tranqui, Cris! Es normal y es tu primer día, hablá mucho y que se te entienda poco”.

  • La estoy llamando de la casa central de Claro ¿hablo con el usuario de esta línea en Personal?    
  • Y sí ¿cómo conseguiste mi número y qué queres?

“Evitá entrar en detalles, hablá mucho y que se te entienda poco” ese consejo parecía aparecerse, una y otra vez, como la marquesina de un teatro en la pantalla de la computadora, obvio que en el espacio que quedaba entre los tres programas abiertos para poder trabajar. Yo hablaba y hablaba y la supervisora también me hablaba, entre gesticulaciones y señas me decía que siguiera en ese camino, que iba bien y que cerrara la venta. Yo seguía perdido entre los programas, la conversación con la persona que estaba en la línea, el murmullo de los casi 300 compañeros que estaban hablando alrededor mío y el agite de manos de la supervisora que intentaba alentarme. ¡Uuuf! La primera venta concretada, las felicitaciones por parte de la jefa del equipo y yo que, entre un suspiro de alivio, me tiro contra el respaldo de la silla y veo que faltaban 4 horas y medias para terminar. Pero si pensé que la venta había sido producto de una conversación de 50 minutos.

Esa noche estuve un rato hasta que me dormí, pensaba cómo hacer para mejorar mi speach y mi estrategia de venta. Me acuerdo que soñé que era un buen vendedor, que cumplía los objetivos mensuales, que me ascendían y pasaba a pactación para más tarde ser el supervisor de un equipo. Pero sonó el despertador que, como un cachetazo, me avisaba que para eso faltaba porque ¡era el segundo día que iba a estar en línea!  

Ese martes nos asignaron la región cuyana, San Juan específicamente. La primera llamada ya me anticipó lo que iba a ser el día. Mi presentación con los datos personales obligatorios después de recibir el hola por parte del posible cliente y el posterior dato que estaba llamándolo de Claro encontraron la primera queja:

  • Y que querés que haga si sos de Claro, acá no anda, no hay antenas de ustedes.
  • Disculpe señor, que tenga buen día.

Ante esa respuesta, me paro y le consulto esto a mi supervisora. “Vos decí que solucionamos ese problema y que pusimos una serie de antenas en esa región” me dijo y mi inquietud me hizo preguntarle si era cierto, “Vos decís eso y listo” me respondió no muy convencida y mucho menos amable. El día pasó, lento, estresante, tan agobiante que parecía estar trabajando el 1 de diciembre pero no, incluso faltaban 3 días para el viernes.

El miércoles, ya sin ganas ni posibilidad de resignificar (una palabra que nos gusta y usamos mucho quienes estudiamos comunicación social) el trabajo, me siento en mi box. El cuello y la espalda tensionados, un poco descompuesto pero ninguna de esas cosas evitó que tenga que abrir los programas, darme de alta y empezar el día otra vez en la región cuyana.

08:10:

  • Buenos días, mi nombre es Cristian Alberti. Lo estoy llamando de la casa central de Claro hablo con…
  • Hola señor, acá Claro no anda ya tuve y aquí no hay servicio.
  • Sí señora. En lo que va del año hemos instalado antenas porque notamos esa deficiencia de nuestra parte.
  • Bueno querido, te agradezco pero no estoy en una buena situación económica, y estoy pasando un momento muy triste, ayer falleció mi hijo y...

Corté tan rápido como me dieron las manos. Me balancee en la silla y la visión se me nubló. Tomé agua, respiré hondo, me salí del sistema y colgué la vincha ante la mirada de la supervisora que no entendía. Esa última conversación había sido el corolario de la experiencia.

“Me voy, me siento mal” le dije con un tono moribundo que lo recuerdo y me da risa. Ella, con una sonrisa en la cara, me recomendó que vaya al baño y que pase por el gabinete médico si en verdad estaba descompuesto. Yo, con mi bolso cruzado encima le dije que sí, que iba a hacer eso. Pero desde el momento en que me desloguee del sistema dos cosas se me clarificaron en la mente: por un lado, efectivamente yo no servía para ese trabajo y por el otro debía admitir mi gran admiración hacia quienes, cuando cuelgan la vincha, se olvidan de todo lo escuchado del otro lado de la misma.

Jueves a la noche, cena con amigas:

  • Hola, mi nombre es Cristian Al...
  • Pizzería…
  • Ay, disculpe. Te hago un pedido…