Amarillo o gris. El color del Citroen de Mario "El Cura" Marcote, uno de los represores más sádicos de la represión ilegal en Rosario, se cuela en los recuerdos de los Enriques. Para Grigioni no hay dudas: era amarillo. En ese auto lo metieron cuando lo detuvieron junto a su hermano en la cancha de Newell´s una tarde de verano de 1978. Savioli tenía entendido que era un coche gris, aunque duda ni bien surge la disyuntiva. A él lo metieron en otro vehículo cuando lo secuestraron del interior de la planta de Fabricaciones Militares de Fray Luis Beltrán, donde trabajaba.

Los Enriques tiene 61 años y una amistad irrompible. Uno es docente; el otro carpintero. Como cada 24 de marzo marchan uno al lado del otro, a la par, por el mismo pedazo de asfalto. La caminata, a decir verdad, comenzó a finales de los 70 cuando andaban de acá para allá en busca de una película en el Cine Arteón o de una lectura colectiva con otros amigos. Se conocieron en la Asociación Cristiana, pero forjaron una estrecha relación en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), entre la política y la militancia. 

Los dos recuerdan ese 24 de marzo con lujos de detalles. Savioli dice que si cierra los ojos siente el "zumbido de balas" de esa madrugada. Se levantó a las 4 como todo los días para ir a trabajar y quedó aturdido por un ruido que presagiaba lo peor. Los días venideros no fueron para nada buenos. Su casa estaba a dos cuadras de Jefatura, en Italia y Urquiza. "Salía con el casco de la moto puesto desde la habitación. La patota pasaba siempre por mi puerta. Uno tenía mucho miedo", cuenta.

Grigioni se había ido a San Pedro junto a su familia a primera hora de la mañana. Lo sorprendió el despliegue policial en las calles y en la ruta. Se mordió las uñas durante todo el día pensando en el regreso a casa. "No sabíamos si nos habían allanado, con qué panorama nos íbamos a encontrar a la vuelta". El terror recién había empezado.

Primero cayó Savioli. Fue el 16 de septiembre del 1976. Su madre lo llamó al trabajo para avisarle que habían ido a su casa a buscarlo. Intentó pedir salir antes del trabajo, pero los jefes demoraron la solicitud. Cuando le dieron el okey ya era tarde. Lo vendaron y esposaron dentro de la planta. Estuvo sesenta días en el Pozo y luego lo trasladaron a Coronda. El 23 de diciembre lo liberaron. Su apellido apareció en una amnistía a obreros de Villa Constitución. Ya en Rosario, Leopoldo Galtieri les dijo que "el portón está abierto, igual que entraron pueden salir".

Ni bien salió, armó las valijas y se fue a Brasil hasta 1987, cuando decidió volver para disfrutar de la mieles de la democracia. En el 76 el otro Enrique, Grigioni, trabajaba y estudiaba en la Universidad Católica. Su buena letra incluyó hasta el servicio militar en la marina, lo que le dio la tranquilidad de "no estar marcado", una idea que se transformó en alivio a mediados del 77 cuando ingresó a los Tribunales por un certificado de buena conducta. "Pensé que ya estaba salvado", dice.

Pero el 8 de enero del 78 un ex compañero de la UES que colaboraba con el Servicio de Informaciones lo señaló a él y a su hermano en la tribuna de la cancha de Newell´s. Estuvo una semana desaparecido en el Pozo, seis meses en Jefatura y más de un año en Coronda. Recuperó recién la libertad en abril de 1980 con una causa federal en su espalda. 

El primer abrazo tras la pesadilla ocurrió en el 85 cuando Savioli volvió por unos días a Rosario. La visita se transformó tiempo después en una definitiva vuelta a casa. Entonces, los Enriques no dudaron en asistir juntos a las primeras concentraciones que se armaban los 24 de marzo. "Los actos eran en la Plaza Montenegro, éramos muy pocos. Nada que ver con estas marchas multitudinarias de ahora", explica Grigioni.  

La peregrinación nunca se detuvo. En los 90 se marchaba por un plan económico que entregaba síntomas destructivos y por ahuyentar la teoría de "los dos demonios". Con la Alianza se zapateaba con resignación por un cambio que nunca se produjo. Y con el kircherismo "con el pecho inflado" por una política de derechos humanos que parecía impensada. Ahora, marchar, coinciden los Enriques, es "más importante que nunca".  "Los mismos grupos económicos que hoy se hacen fuertes con este modelo son los que llevaron a cabo el golpe. El retroceso en lo social y económico genera estas ganas de movilizarse, tenemos que estar en la calle", explica Savioli.  

Pero para ellos entrar juntos al Monumento a la Bandera significa "continuar con una historia de vida" que no se alteró pese a la forzada separación. "Nos volvimos a juntar después de todo ese tiempo y nos encontramos charlando de las mismas cosas, defendiendo las mismas ideas y valores. Sentimos que ese paréntesis nunca existió", dice Grillone.

Hasta que las piernas den, los Enriques seguirán marchando uno al lado del otro cada 24 de marzo.