Las voces se van sucediendo unas detrás de otras. En todas hay dolor, también mucha bronca. Hace pocas horas apareció el cuerpo de Micaela García en un descampado de Gualeguay y, espontáneamente, la plaza Montenegro se llena de gente: hay muchas mujeres, sí, pero también una importante cantidad de varones. A ellos les dedican párrafos de los discursos que se van encadenando. “Necesitamos algo más que la palmadita en la espalda o que compartan una foto o un posteo de Facebook, necesitamos que se pongan las pilas y se empiecen a cortar el mambo entre ustedes”, exhorta una de las tantas mujeres que ese sábado por la tarde pasa por el micrófono colectivo.

¿Qué significa ese “cortarse el mambo entre ustedes”? ¿Qué puede hacer un varón que se siente, o empieza a sentirse, identificado con esa creciente revolución feminista? “Yo creo que la tarea de los varones que tenemos una conciencia feminista o que estamos construyéndola es empezar a traicionar la complicidad machista”, afirma Luciano Fabbri, licenciado en Ciencia Política, docente, investigador y militante social. Lucho fue uno de los fundadores del Colectivo de Varones Antipatriarcales y actualmente forma parte de Mala Junta, el espacio feminista que se autodefine como “popular, mixto y disidente”. Editó el libro Apuntes sobre feminismos y construcción de poder popular, donde presenta algunas líneas de reflexión y acción desde donde llevar la igualdad de género a la militancia política. También escribió junto a Florencia Rovetto el libro Sin feminismo no hay democracia.

–¿Qué es y qué implica “traicionar la complicidad machista”?
–Traicionar esa complicidad machista es traicionarnos a nosotros mismos, exponiendo cuáles son esos comportamientos que hemos aprendido, en los que nos han entrenado para sostener posiciones de privilegio con respecto a las mujeres, y son esas prácticas sutiles a las que recurrimos, a veces sin saber que las tenemos y otras con plena conciencia, para ganar una discusión ya sea en el marco de una relación laboral, de pareja, de militancia, para delegar una tarea que sabemos que si nosotros no la hacemos una mujer la va a hacer por nosotros, para mantenernos incuestionados con otros varones.

Para Fabbri, que comenzó a involucrarse en el campo del feminismo allá por el año 2003 cuando se realizó el XVIII Encuentro Nacional de Mujeres en Rosario, el llamado del feminismo a “cortarse el mambo” entre los varones “es también exponer a otros cuando están ejerciendo esos privilegios”. “Sea el que le está diciendo algo a una compañera en la calle, el compañero que interrumpe en el marco de una reunión porque considera que su palabra es más importante que la de ella, el que en el ámbito doméstico deja que se paren las mujeres a la hora de levantar la mesa y no mueve un pelo, todas estas instancias de socialización que a veces son mixtas y otras veces sólo entre varones”, enumera.

–¿Qué implica para un hombre comenzar a cuestionar a sus pares en todos esos aspectos?
–Implica romper vínculos de amistad o, en otros casos, que haya ciertas cosas que no se hablan adelante tuyo, o que te ganes el mote del “ortiva” desde el vamos. Esos son parte de los privilegios que hay que cuestionar: los vínculos a partir de cómo uno asume determinadas posiciones éticas, políticas en la vida, se van reconfigurando. Hay un privilegio a renunciar en ese explicitar la posición política que uno tiene cuando se está ejerciendo violencia a nuestro alrededor, que es no ser neutral, y eso tiene costos. Ahora, las compañeras se inmolan cotidianamente en todos los ámbitos, asumiendo esos costos sobre sus cuerpos, y nosotros que estamos de acuerdo con el objetivo de esa lucha miramos como imparciales analizando la batalla, el resultado, a lo sumo manifestando nuestro acuerdo. Pero ahí hay que jugar un partido. No se juega en Facebook la batalla, es importante salir a posicionarnos, a replicar, pero si se queda ahí tenemos un problema muy grande porque alentamos y fomentamos una radicalidad y conflictividad que después la pagan las compañeras en primera persona.

No más cómplices

Parecen comunes y se replican todo el tiempo, pero se tratan nada más y nada menos que de prácticas de cosificación del cuerpo de las mujeres: el acoso callejero o la cada vez más creciente difusión y viralización a través de las redes sociales y los servicios de mensajería instantánea de fotografías y videos que implican una clara violación de la intimidad.

Para Lucho Fabbri, una de las complicaciones a la hora de cuestionar esas acciones es que “un poco lo que se pone en juego es que cuando un varón se distancia críticamente y explícitamente de ese tipo de prácticas, automáticamente deja de ser varón o aunque sea deja de ser heterosexual”. “Pareciera, aparentemente, que la credencial de virilidad y heterosexualidad está puesta en ser cómplice de ese tipo de repertorios”, agrega.

“En muchísimos casos, implica una práctica que, en realidad, es la circulación del poder entre los varones donde la mujer es la excusa”, analiza y suma: “El comentario sobre el cuerpo de la mujer es sólo un medio para ratificarle al otro varón que seguís siendo varón y que sos heterosexual”.

–¿Puede considerarse, en cierta forma, que el feminismo también viene a romper con esos mandatos patriarcales que muchas veces también encierran a algunos varones?
–Hay una complejidad en cómo nosotros hacemos llegar el feminismo a los hombres, en el sentido de que es sumamente contradictorio. Porque es claro que la construcción de la masculinidad implica cumplir con toda una serie de mandatos, pero si vos más o menos cumplís (digo más o menos porque nunca los cumplís del todo, porque ese hombre no existe) los sufrimientos o padecimientos que vivas en consecuencia son como un efecto colateral de los beneficios que te da. Y, efectivamente, la masculinidad es una cárcel, el género es una cárcel, la masculinidad y la feminidad son dos colores que tiene esa cárcel. Ahora, esa cárcel a los varones también nos incluye en el sistema penitenciario, no somos los encerrados en esa cárcel y nada más, en algún punto tenemos la llave de la celda. Nosotros cumplimos un rol que nos oprime, pero que tiene como función política mantener la custodia del cuerpo de las mujeres.

Ahí la complejidad está en cómo nosotros podemos darnos cuenta acerca de cómo podemos ganar en libertades perdiendo privilegios. No casualmente no existen movimientos de hombres luchando en contra de la opresión de género porque en algún punto más inconsciente que consciente, creo yo, sabemos que la masculinidad en la repartición de dividendos patriarcales nos beneficia. Somos conscientes de que el patriarcado condiciona, nos mutila, no nos deja expresarnos, construye una sexualidad limitada, hipergenitalizada donde no conocemos nuestro cuerpo y tenemos vínculos efímeros poco implicados con nuestras amistades y nuestros familiares para demostrar nuestra heterosexualidad, comprobar que podemos ser proveedores de familia, y etcétera, pero a la vez no nos organizamos para luchar contra eso. Y si no lo hacemos es porque todavía estamos dándole más importancia a los beneficios que nos supone que a los mandatos que nos vulneran o afectan.

En espejo

Fabbri cree que “hay una responsabilidad histórica en los varones: dejemos de hacernos los pelotudos, de ponernos en el lugar de víctimas que nos están atacando porque no somos todos los varones iguales y veamos en qué sí somos iguales o muy parecidos a esos varones que las violan, las matan, las violentan y de los cuales nos creemos tan lejos”, plantea.

“Porque cuando decimos que esos varones no son enfermos sino que son hijos sanos del patriarcado, lo que estamos diciendo es que a todos los varones nos educan y nos entrenan para poder recurrir a la violencia cuando la consideremos necesaria, ninguno de nosotros está exento. Los varones en potencia tenemos esa arma y en general no se nos castiga por eso. Entonces, en lugar de distanciarnos del machista como un monstruo, tenemos que ver en qué nos podemos identificar para reconocer en nuestras prácticas nuestro machismo”, afirma.

–¿Cómo están reaccionando los hombres a la creciente lucha de los feminismos?
–El feminismo tiene una potencialidad crítica y revolucionaria que interpela y que incomoda ante la cual no podés mantenerte indiferente. Y esa no indiferencia se plasma en diferentes reacciones. Hay una reacción patriarcal, que creo que es lo que explica a esta tasa creciente de femicidios en un momento de auge del movimiento feminista, que con virulencia intenta mantener su posición de poder. A toda costa los hombres queremos seguir teniendo control sobre los cuerpos, sobre las vidas, la sexualidad, las energías y los tiempos de las mujeres. Y se juegan la vida en eso, si tienen que matar a una mujer y después suicidarse, lo hacen. Porque el mensaje sigue siendo la disposición sobre el cuerpo de las mujeres. Eso es muy fuerte y es una clave de interpretación de lo que está pasando en este contexto.

Está la reacción políticamente correcta de “sí, las apoyamos”: palmadita en la espalda, comparto tu foto en el Facebook, voy a una que otra marcha. Pero es como un apoyo a la lucha de las mujeres, no se considera a la lucha feminista como propia y fundamentalmente el alcance de la comprensión del feminismo no te atraviesa en la propia práctica.

Otra reacción posible tiene que ver con el desafío que estamos planteando y que pasa por dejarse atravesar por el feminismo, cuestionar la masculinidad, tu lugar en el mundo. Eso te deja a la intemperie, en una posición incómoda que te corre de tu zona de confort, es angustiante, muchas veces implica procesos solitarios o de aislamiento respecto de otros varones, requiere la complicidad afectiva, práctica y cotidiana con las mujeres feministas como las aliadas para encarar esos procesos y que implica repensarse de pies a cabeza, politizando lo personal como nos invita el feminismo. Ahí es donde está la clave y el motivo de la dificultad de que los varones aceptemos ese convite.

Un espacio para construir algo nuevo

Fabbri describe el momento actual como “de mucha movilización y conflictividad” en el que “los hombres estamos claramente muy desorientados, particularmente este segmento a los que las compañeras interpelan: no sabemos qué hacer, no sabemos si participar o no de las marchas, si ir en la columna o afuera, si llevar el cartel o no, si callarnos la boca o compartir alguna experiencia o apreciación personal en el Facebook, realmente no sabemos cuál es el lugar que deberíamos tener en el marco del movimiento feminista”.

Aun así, sostiene, “me parece que es un contexto inmejorable para organizarnos”. En ese sentido, desde Mala Junta convocaron a lo que será la primera asamblea de varones feministas, que se realizará el próximo 25 de mayo, a las 16, en el Club Social y Político Abasto, de España y Pasco.

“La idea es encontrarnos con otros varones que se encuentran sensibilizados, interpelados, o que ya han tenido algún tipo de práctica vinculada a estos temas y que hoy no encuentran un espacio de activismo o reflexión. Intercambiar impresiones sobre qué está implicando esta coyuntura política, qué tenemos para decir y sobretodo hacer los varones al respecto. Y sobre todo intentar construir un piso de acuerdos en relación a esta tarea que nos parece tan central de traicionar la complicidad machista y si efectivamente estamos de acuerdo en que ese es el objetivo principal que podríamos estar haciendo, ver de qué manera se nos ocurre que lo podemos hacer en los diferentes territorios en los que ya estamos insertos, el laburo, espacios de militancia u otras propuestas de intervención que podamos construir colectivamente a partir de estos encuentros”.