Natalia Aruguete tiene tanto de oficio periodístico como de recorrido académico. Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad de Quilmes e investigadora del Conicet, la periodista porteña es colaboradora de Página/12 y de Le Monde Diplomatique. Con esta perspectiva sus estudios se centraron en las vinculaciones entre la agenda mediática y la pública. Su libro “El poder de la agenda. Política, medios y público” (Editorial Biblos) es una referencia a la hora de pensar en la potencia de los medios de comunicación en el diseño de una agenda y los efectos de los mismos en las audiencias.
 
¿Cómo reaccionan las audiencias ante el bombardeo informativo? ¿Se puede instalar una temática? ¿Los medios pueden sugerir qué pensar? ¿O sobre qué pensar? En un momento de explosión de redes sociales, de movimientos y reacciones que emergen tanto en las orillas como en el centro de los medios, y en el marco de una movilización popular que pide a gritos seguridad, Rosarioplus.com consultó a la especialista qué lugar ocupar hoy la temática de la inseguridad en los medios de comunicación a nivel nacional con el fin de trazar un recorrido a través de los últimos quince años.  


 - ¿Qué lugar ocupa la inseguridad hoy en la agenda mediática?

El temor a ser víctima de delito creció significativamente en las últimas décadas, acompañada por un aumento de las denominadas “noticias de inseguridad”, que se erigen como un género en sí. Pero es un tema que no sólo ocupa la agenda mediática sino, además, la pública y la política. En relación con los medios argentinos, los delitos de todo tipo pasaron de los diarios populares a los diarios de alcance nacional, y desbordaron la sección policial para instalarse cómodamente en la de información general y de política. Los noticieros televisivos del prime time dedican más de la mitad de su información a delitos y a hechos violentos. 

La inseguridad ocupa el primer lugar de las preocupaciones de las sociedades latinoamericanas desde por lo menos el año 2004, tal como lo muestra la consultora Latinobarómetro. Es el principal problema en los países que tienen las tasas más altas de delito y en aquellos que, en términos relativos, tienen menores niveles de victimización. Hay que aclarar que inseguridad no es igual a delito. Gabriel Kessler define la inseguridad como la sensación de una amenaza aleatoria que puede abatirse sobre cualquiera en cualquier lugar. En este sentido, la probabilidad de ser víctima de un delito guarda una autonomía relativa respecto de los datos de criminalidad, ya que los niveles de temor son equiparables entre países con alto y bajo nivel de delito. Incluso en Europa, donde bajó el nivel de victimización, aumentó el sentimiento de inseguridad.

- ¿Qué lugar ocupó durante las presidencias de CFK?

No es posible establecer una diferencia taxativa, en cuanto al espacio dedicado a la inseguridad en las agendas mediáticas tradicionales, entre el gobierno de Mauricio Macri –van sólo 8 meses de gobierno y las agendas mediáticas aún no parecen estabilizadas- y las presidencias de CFK. Lo que ocurre es que, por un lado, el temor al delito suele aumentar cuando aparecen estables otros indicadores que tocan la experiencia personal, como el desempleo o la suba de precios. No había una preocupación generalizada por el desempleo –aunque sí por la inflación- durante las gestiones de CFK. Sin embargo, la inseguridad sigue muy alta, dependiendo de los sondeos, aun cuando otras preocupaciones experienciales aumentaron significativamente. 


 - ¿Cómo incide el diseño de la agenda en las audiencias? 

Lo que parece una constante es el tipo de cobertura que se da al delito. La generalización supone que todos estamos en riesgo, siempre. La idea de aleatoriedad remite a la posibilidad de que le ocurra a cualquiera en cualquier momento y en todo lugar. Al mismo tiempo, observamos un tratamiento episódico, fragmentado, centrado en acontecimientos aislados, despojado de toda contextualización. Los hechos más impactantes por su nivel de violencia y crueldad, son empaquetados y presentados como “olas de violencia” que generan un efecto cascada en la medida en que amplían la información –quedamos merced a hordas violentas- y la distorsionan ya que no hay un intento de comprensión más abstracta y analística. 


El lugar que ocupan la víctima y el victimario en las noticias policiales tiene características propias de un “pánico moral”, en el que una condición, persona o grupo de personas son definidos como una amenaza para los valores e intereses sociales. El pánico moral no supone una sensación de inseguridad individual sino colectiva, un consenso generalizado que avala acciones correctivas en defensa de la comunidad. La noticia se centra en la víctima, alguien con quien uno puede identificarse, con lo que el debate sobre la criminalidad adquiere una fuerte emocionalidad. Y construye un enemigo adecuado: un victimario con poco poder, fácilmente denunciable, que no tenga legitimidad.


 - ¿La llegada de las redes sociales ha modificado el papel de la agenda?

Si bien la llegada de las redes sociales invita a una disputa por la agenda, a un cierto nivel de cuestionamiento a los medios de elite como al discurso estable de la dirigencia política, no soy tan optimista respecto del nuevo entorno mediático. Por un lado, las redes no invitan a un flujo generalizado y democrático de la información en la medida en que los algoritmos crean comunidades que se hablan entre ellas y no dialogan con las voces disonantes. El tipo de interacción que se da en estas comunidades confirma la hipótesis de la “disonancia cognitiva”, es decir, las personas eluden los mensajes que cuestionan sus valores y se orientan hacia aquellos que refuerzan ideas existentes. Por otro lado, los “grandes temas”, aquello que “importa”, se instalan reticularmente, de modos imperceptibles.

La fijación de la agenda se alcanza cuando ese temario aparece como legítimo para un amplio sector de la sociedad, que lo incorpora sin resistencia y –más grave aún- lo hace propio sin preguntarse cómo germinó. Las noticias de inseguridad –por su contrariedad, por su interpelación a sentimientos tan íntimos como el temor, y por el sustrato moral que las tiñe-  son instaladas fácilmente en la sociedad como una preocupación que llegó para quedarse.