“Un relato novelesco”. Con esa frase la abogada defensora de Milton Damario, uno de los cuatro imputados por el crimen de Claudio “El Pájaro” Cantero, líder de Los Monos, intentó desprestigiar los alegatos de apertura que minutos antes había pronunciado la fiscal Cristina Herrera, un discurso que pronunció de pie, con pausas, buena oratoria y con el respaldo de imágenes de la víctima proyectadas en una pantalla de la sala.

La locución incluyó frases como “guerra de bandas con líderes y soldados”, “abanico de disparos”, “lluvia de balas”, “ola de venganzas” y “repercusión social, mediática y política”, términos similares a los que pueden leerse en una ficción policial. Pero la narración que hizo la fiscal ocurrió en Rosario a mediados del 2013, en una ciudad jaqueada y atravesada por la narcocriminalidad.

El juicio comenzó una vez que los cuatro acusados ingresaron a la sala de audiencia, esposados y con chalecos antibalas. Luis “Pollo” Bassi se sentó detrás de su abogado con un aspecto muy diferente al de años atrás, cuando su rostro se hizo conocido por sus andanzas en Villa Gobernador Gálvez. Eligió una vestimenta formal (zapatos, jean y camisa azul) y una prolija afeitada para enfrentar a los jueces.

A su lado se ubicaron Facundo Muñoz y Milton Damario, los ejecutores del crimen, según la fiscalía, y Osvaldo Salazar, acusado de ser el proveedor de las armas del clan Bassi, el imputado que generó mayor controversia en el inicio del proceso judicial. En sus alegatos, la fiscal Herrara le endilgó el delito de partícipe secundario del homicidio. La defensa reprochó la acusación al aclarar que Salazar ya había sido sobreseído por esa acusación y pidió que se lo juzgue solo por el delito de tenencia de arma de guerra, tal como figuraba en la instrucción de la causa. Tras un tenso cruce de argumentos, el tribunal avaló la solicitud de la abogada.      

Antes de eso, los otros letrados se quejaron por la presencia de los fotógrafos en la sala, la excesiva seguridad para escoltar a los acusados --agentes encapuchados con armas largas en sus manos--, la imposibilidad de tener cerca a sus defendidos y por un agregado de testigos que no figuraban en el expediente.   

Una vez que se calmaron las aguas, la fiscal Herrara comenzó con sus alegatos. Describió que la madrugada del 26 de mayo 2013, Claudio Cantero salió de fiesta junto a un grupo de amigos. Primero pasaron por una estación de servicios de Arijón y Moreno, luego se trasladaron al boliche “Jumper”, de Ovidio Lagos al 4500. “Bebieron mucho champagne, vodka y whisky”, relató la fiscal. A las cinco de la mañana partieron rumbo a la disco Infinity Night, en Villa Gobernador Gálvez. Cantero, de 28 años, iba acompañado por Jesús Gorosito y Eric Perea, ambos de 19. Al grupo se sumó Lisandro Mena, quien a última hora pidió acoplarse al plan de after.

“Se dirigieron a alta velocidad por Circunvalación. Detuvieron la marcha en el portón azul de una fábrica lindera al boliche. No pudieron, como en otras oportunidades, estacionar en la puerta porque había cajones de bebidas colocados en la calle”, detalló la funcionaria. Cantero y Mena se bajaron del auto y se pusieron a orinar contra una pared. Perea y Gorosito emprendieron la caminata hacia la disco.

“Distraídos” e “imposibilitados de oponer resistencia”, Cantero y Mena fueron atacados a balazos desde una camioneta Eco Sport gris. El blanco era el líder de Los Monos. “Fue un crimen con alevosía. Prepararon la ejecución y abrieron fuego sabiendo de quién se trataba. Los acecharon y los ejecutaron con “una lluvia de balas”, dijo la fiscal. Más de 20, según el expediente judicial.

“Una sola bala bastó para terminar con la vida de Cantero, la que perforó su corazón. Los agresores dispararon con el auto en movimiento y huyeron por colectora”, agregó Herrera a su relato. Mena quedó herido de gravedad (al tiempo fue asesinado), a Gorosito lo rozó una bala y Perea resultó ileso.

“Vamos a comprobar en este juicio que Muñoz, Damario y otra dos personas que no fueron identificadas fueron los autores del ataque”, afirmó la fiscal, quien ubicó a Luis Bassi en el rol de instigador y a Salazar como la persona que entregó las armas para cometer el crimen.  

Según Herrera, Bassi tenía la “idea fija” de “matar a un Cantero”.  “No querían ni su dinero, ni su lujoso auto. Solo su vida”, explicó. Y agregó: “Su crimen representó un fin y un comienzo. El fin del  líder de una banda y el comienzo de una ola de venganzas ligada a la lucha de poder de organizaciones opuestas”.

La venganza se materializó en una sangrienta cacería: la lista de muertos incluyó a tres familiares de Bassi, a los padres de Muñoz y Damario, al dueño de Infinity Night y varios integrantes de la familia de Milton Cesar, señalado en un principio como responsable del ataque.