El desierto de Atacama, en Chile, es el más árido y soleado del mundo. Eso hace que la posibilidad de encontrar vida en él sea más bien escasa. Pero a veces sucede que las lluvias se den una vuelta por el norte del país trasandino y rieguen las sedientas arenas.

Esto sucede con fina periodicidad una vez cada siete años. Pero esta vez, la bendición mojada se adelantó dos años y, durante este invierno, las gotas de lluvia besaron la aridez de Aatacama con una interesante asiduidad.

Lo cierto es que, de esas lluvias, quedó un bonito recuerdo que comenzó a asomar en las últimas semanas: miles de florcitas que brotaron entre las siempre áridas arenas y que regalaron un espectáculo visual único.