El escritor toma un café en Homo Sapiens y entre los personajes marginales de una novela por venir y las dificultades del oficio en donde siempre hace falta tiempo cuando se tiene un trabajo vitalicio suelta la frase como si la novedad no tan nueva no tuviera trascendencia: “El libro de cuentos ‘Praga de Noche’ lo editaron en Nueva York”. El periodista digital que oye no duda. Es una gran noticia con título gancho y hay una historia detrás de todas las historias del libro de cuentos. El escritor se llama Javier Nuñez, nació en Rosario el mismo año del golpe de estado de la dictadura más criminal de Argentina y entre sus antecedentes literarios sobresalen haber sido finalista del Premio Emecé de novela en 2011 y ganador del VI Premio Latinoamericano a Primera Novela Sergio Galindo, convocado por la Editorial de la Universidad Veracruzana de México, galardón que lo obligó a subir por primera vez a un avión. Ahora Javier no viaja pero sí lo hacen sus cuentos en la ciudad que todos conocemos gracias a la potente industria del celuloide. 

El periodista Diego Fonseca que vive en Estados Unidos es el eslabón que permite unir Rosario con Nueva York.  Hace algunos años, Fonseca le sugirió el nombre de Javier al editor de Sudaquia y desde la Gran Manzana lo contactaron. Luego de la comunicación Norte-Sur Núñez habló con Nicolás Manzi, quien fuera el editor original de la obra con El Ombú Bonsai. “Me interesó mucho la propuesta de la editorial, que se propone como un punto de encuentro para una literatura latinoamericana de calidad que a lo mejor no encaja en los intereses de las editoriales tradicionales de Estados Unidos. Tienen un catálogo muy bueno, con nombres destacados como Andrés Neuman, el mismo Fonseca, el panameño Carlos Wynter o Andrés Felipe Solano”, cuenta Núñez.

“Praga de Noche”, que tuvo su versión rosarina como obra artesanal, físicamente no se distribuyó en Argentina, pero se consigue desde cualquier lugar del mundo a través de Amazon. “Allá lo distribuyen en librerías que trabajan con libros en español en Nueva York, Miami, Chicago, San Franciso, Washington y algunos puntos más”, describe. Las paradojas de los circuitos del libro también hablan de las distancias. Buenos Aires suele estar más lejos de lo que pensamos.

Una extrañeza en Nueva York

Javier Núñez -también autor de “La risa de los pájaros” (Editorial Ciudad Gótica, 2009)- describe esta edición norteamericana como una curiosidad, como una situación extraña “porque es algo tan distante que de algún modo es como si le pasara a otro”. Tal vez Núñez se ve como a un personaje de sus cuentos y que esta realidad real pero también lejana no le ocurriera a él mismo. El extranjero es esa tierra en donde somos y no somos ni siquiera nosotros mismos. “Supongo que cuando el libro se comercializa acá me resulta más fácil imaginar un lector posible, más cercano a mí. En cambio allá me cuesta ver a esa persona que agarre un ejemplar, lo ojee y se deje seducir, aunque sepa que a los cuentos no les falta esa cosa universal que les permita servir de puente entre un autor y un lector tan distantes”. Algo parecido le ocurrió con la novela que se comercializó en México: “Me escribía gente que se había sentido muy tocada por esa historia que tiene una impronta tan rosarina porque, al mismo tiempo, no deja de ser universal”, relata Javier.

Infancia con viñetas

Javier fue “muy lector” de historietas hasta pasados los veinte y todavía lo sigue haciendo aunque ya no con la misma frecuencia. “Imagino que debe haber algo de eso anidado en mi narrativa, en la composición de determinadas escenas o en una forma visual de pensar algunos pasajes o estructuras de los cuentos”, describe. Y ejemplifica: “En "Siempre es domingo cuando llueve", que empieza y termina en dos escenas distintas pero visualmente idénticas: el manco apoyando la cabeza contra la puerta, cerrando los ojos. "Parece dormido", dice el narrador. Lo imagino como una misma viñeta para el principio y para el final. Supongo que es ahí, en esos detalles mínimos, que se pueden encontrar huellas del lector de historietas en el escritor”.

La soledad  y las puertas

Hace algunos años Núñez describió el trabajo del escritor como un oficio solitario. Núñez dijo: “Tratás de difundirte solo, golpeás las puertas solo, y muchas veces no encontrás respuestas”. En el concepto subyace una crítica al sistema de difusión cultural que recae en la concentración de editoriales, una industria que decide con una deficiente óptica federal. Ahora el autor profundiza el concepto: “Escribir es siempre un oficio solitario, porque se hace en la intimidad: vos y un texto que muchas veces no sabés si va bien o no. Por más que después encuentres lectores de confianza, amigos, talleres, incluso devoluciones inesperadas, el momento de creación es un momento de absoluta soledad”. 

Los cambios se dan actualmente a través de las redes sociales. “Lo que puede haber cambiado es lo que tiene que ver con lo que vuelve de los textos: los lectores que te escriben por Facebook, los que te mandan un mail porque les gustó la novela, o un artículo, o un cuento. Supongo que eso contribuye para que, a veces, uno sienta que no está hablando en el vacío: que lo que escribe le llega a alguien en algún lugar”.

No obstante, otras lógicas continúan.  “Lo otro no cambió demasiado: sigo empujándome a mí mismo, como puedo, a veces sin respuestas y a veces con mejores resultados. Pero esas cosas que se echaron a rodar van cobrando vida y haciendo sus caminos imperceptibles y, de vez en cuando, también me golpean la puerta a mí”, remata Núñez. Fin del café. Palabras digitales que son elásticas y viajan desde Rosario hacia el mundo. Un título gancho porque Nueva York es un gancho que permite saltear a Buenos Aires.