“A nosotros nos cambió la vida, eso te lo puedo asegurar”, repite Rubén Ferreyra, director de la humilde escuelita que funciona desde hace 78 años en El Espinillo, frente a la costa de Rosario. Dialoga con Roarioplus.com sobre el “renacer” del establecimiento tras la instalación en mayo del año pasado de un sistema híbrido eólico-solar que almacena y genera energía renovable. Ahora, todo funciona mejor: hay iluminación plena, hay computadoras y hay un freezer que permite conservar los alimentos que se utilizan en el comedor.

La Escuela Primaria Nº 1139 “Marcos Sastre” está a la vera del río Paraná, “justo en frente del nacimiento de avenida Francia”, según describe Rubén. En Espinillo no viven más de 15 familias. Todos se conocen. Son familiares, amigos, de cuarta, quinta y hasta séptima generación de isleños y pescadores.

La escuelita  es la única propiedad de la isla que está cercada. Concurren 21 chicos, ocho van al jardín y el resto cursa el nivel primario. Rubén es director y docente. El plantel de trabajadores lo completan una maestra jardinera, un portero, una cocinera y un ayudante de cocina.

Cuando el río está bajo, los alumnos llegan caminando. Pero cuando el río está crecido, como en el último tiempo, reman en piraguas y en canoas. Todo funciona a puro pulmón. El sacrificio tiene su recompensa cuando los chicos están sentados con libros y manuales sobra la mesa.

Hasta el 30 de mayo del año pasado, el lugar funcionaba con muchas limitaciones operativas. La única fuente de energía era un viejo generador eléctrico a explosión. Se usaba lo justo y necesario por el costo de la nafta. “Lo usábamos una hora al día para iluminar los salones a la mañana. No nos daba más que para eso”, cuenta Rubén.

A fines del 2014, la ministra de Educación, Claudia Balagué, visitó la escuela. Le prometió a Rubén un equipo de energía renovable. “Nos dijo que con eso íbamos a poder tener internet. Seis meses más tarde teníamos todo instalado. Nos sigue faltando internet, ojalá sea lo próximo”, se esperanza.

La inversión superó los 250 mil pesos. Se colocó un sistema híbrido eólico-solar con una potencia total de 2000 watts, compuesto por un generador eólico de 34 m de altura, módulos fotovoltáicos, un banco de baterías y un inversor. El antes y el después está plagado de contrastes.

Ya no hay que pagar una “fortuna” por la nafta. Desapareció el ruido molesto del generador. La iluminación es permanente. Y lo más importante: los chicos tienen computadoras y la cocinera un freezer para planificar las comidas de la semana.

“Antes tenía que subirme todos los días a la lancha y hacer las compras. Hoy el freezer nos permite hacer una compra para toda la semana. Realmente nos cambió la vida”, insiste Rubén.  Y agrega: “Nunca imaginé este cambio a partir de la energía solar. Sigue siendo una cosa muy novedosa. Una muy buena sorpresa”.

La inversión técnica se transformó con el correr de los meses en un aprendizaje pedagógico. Los paneles solares despertaron la inquietud de muchos alumnos por conocer y estudiar todo lo referido a los circuitos eléctricos.  “Las casas funcionan con un generador para poder tener un televisor encendido o una simple lamparita. Los chicos quieren replicar este modelo”.

El objetivo a futuro es que todas las casas de la zona tengan al menos un panel solar. El proyecto contaba hasta el año pasado con el respaldo del gobierno provincial y nacional. Las negociaciones se estancaron luego del recambio de autoridades en la Casa Rosada.

Rubén no se desilusiona. Sabe que la energía renovable llegó para quedarse en ese rincón del Paraná. La vida es otra en la escuelita que dirige.