Leonardo Pérez habla entusiasmado, gesticula y transmite su curiosidad científica mientras cuenta, al subir angostas escaleras en un laberíntico edificio de la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farméuticas (UNR), sobre el proyecto que le quita el sueño desde hace años: un bioplástico con gusto a salsa de soja, con componentes antibacterianos, proteínas de lactosuero y que además (ni mas ni menos) sea degradable para no contaminar la tierra.

El plástico primero fue creado con conservantes y proteínas que comprueban su faceta nutritiva, y luego empezó la experimentación con los que se puede decir “aderezo”, pero la verdadera palabra es “aditivo”. Y el plástico, por arte de ciencia (no fue magia) tuvo gusto a vino, luego a  comida ahumada, y ahora a salsa de soja. Y la lista de experimentos puede seguir.

El microbiólogo contó su propio objetivo con esta investigación, loable y esperanzador, es que “los bioplásticos reemplacen en la industria de los plásticos que son derivados del petróleo, para que se ponga freno al cambio climático”. Para eso es necesaria una mirada a futuro por parte de empresarios e industrias, toda otra historia.

Rosarioplus.com recorrió los diversos laboratorios con computadoras, bachas enormes y pipetas de todos los tamaños, para luego conocer el mencionado film de bioplástico en el área de trabajo de Leonardo Pérez.

El film es viscoso, de color café con leche pero traslúcido, y mientras lo estira con dedicación, explica: “Lo hacemos en cajitas de petri con derivados de lactosuero y glicerol, y le agregamos los aditivos como salsa de soja o humo líquido, y eso le da el efecto de los colores”. 

Este es el plástico en su versión comestible, bien delgado como una capa de piel, que podría en un futuro cercano envolver como un panqueque, una empanada o un niño envuelto. Pero por otra parte, los investigadores también realizan moldes de plástico duro con casi la misma composición pero con la rigidez de un caucho: “Se obtiene con un secado por evaporación de las proteínas y se deja secar regulando la temperatura y la humedad”.

El doctor en ciencias biológicas reconoció que “si uno piensa en plástico comestible suena raro, por no decir desagradable al paladar. Sin embargo el plástico no es necesariamente lo que uno figura como una silla de quincho o una pelota, sino que hay distintas clasificaciones por la consistencia y por su origen”.

En este caso, el material similar a un caucho que producen en Bioquímicas es biodegradable, comprobado con pruebas de microorganismos, y lo componen glicerol y otros aditivos que dan más consistencia al producto.

La salsa de soja, héroe del film

Leonardo Pérez precisó que entre los objetivos el que más le interesa es que el estudio tenga actividad antimicrobiana para evitar patógenos (bacterias en alimentos contaminados) al ingerirlos, que generarían enfermedades como la salmonella, escherichia coli o difteria.

Afortunadamente la salsa de soja tiene más actividad antimicrobiana entre sus propiedades, y lo que buscan es “que eso no se pierda al adicionarla al bioplástico para cuidar la salud del que lo come”.

De esta forma el biofilm además de cuidar la salud de quien lo ingiera, también incita a los amantes del sushi a remplazar el clásico alga nori para enrollar el arroz.

El equipo del Instituto de Química Rosario (IQUIR) y la Facultad de Ciencias Bioquímicas y Farmacéuticas, es dirigido por Roxana Verdini, del que participa Pérez, y se compone de los investigadores Marina Soazo, Gisela Piccirilli, Agustina García y Matías Rossi, con subsidios del Conicet, la UNR, el Ministerio de Ciencia y Técnica provincial, y la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica.