Es un domingo soleado y estoy tomando un café en un bar de zona sur. Un gusto el día 531 de Enero. Escuchó un golpe furioso metálico que proviene de unos metros atrás mío, giro la cabeza y veo a un cartonero que niega repetidamente con gestos de indignación mirando el tacho verde de basura me ve y se me abalanza con un carrito de supermercado. El carrito emite un chirrido potente, en su interior solo hay un par de cartones. Se acerca a mí, transpirado, vestido de pantalón largo y camisa para soportar las quemaduras del sol y me pide un cigarrillo. Se lo ofrezco, lo prendo y me dice “no hay nada”, le pregunto si hace mucho que está buscando y contesta que desde las 8 (por ende 4 horas) y que “la calle está durísima”. Le deseo suerte y en la boca me queda un gusto amargo que no es responsabilidad de la infusión que había terminado.

Los voy a dejar sin un peso. Que la inflación, que el precio de los alquileres, las prepagas, los medicamentos. Es tanta la información que nos atormenta en estos días, que nos paraliza que hace que se vuelva imposible ver la foto completa. Los voy a fundir. Más que una amenaza es una descripción de la actualidad.

Recordemos que el kilo de cartón se paga entre $25 y $30 el kilo. Por lo que con furia pueden llegar a juntar 50 kilos si tienen la suerte de encontrar. Recordemos también que tuvimos un ex-presidente que en su tiempo de empresario prometió “meter presos” a los cartoneros porque “se roban la basura” de la calle.

Sigo mi rutina dominical yendo al quiosco donde voy siempre. Lo veo a Carlitos que guarda una tortilla que hizo su nieta en la heladera de Coca. Lo jodo con que es explotación infantil y le pido un paquete de Phillips preguntando su precio porque siempre cambian y veo los estantes de mercadería con muchos huecos vacíos. Le cuento lo que me dijo el cartonero hace instantes (siempre hablamos con el quiosquero) y me tira un dato de la macroeconomía desconoce “cada día pasa más gente pidiendo comida” y cada vez más “cirujeando”.

No hay nada para dar. Ni cartones. Carlitos me confiesa que cada vez se compra menos mercadería y que eso genera menos cajas para tirar. Que los pequeños negocios son los principales proveedores de basura “ayer vino uno y le mostré que tenía una caja sola donde tiraba papeles y me los aceptó, y eso que nunca aceptaba papeles plastificados”. Nadie compra nada. “Un caramelo $100 es una locura, una familia entre la coca y dos o tres boludeces gasta $3.000”. Sin consumo no hay basura. Como decía el Negro Olmedo “Éramos tan pobres que en vez de sacar la basura, la entrábamos”. Ya sin nada para entrar podemos confirmar que la Teoría del Derrame es cierta. La pobreza se esparce con mayor velocidad que la riqueza. En otro orden de cosas veo que el presidente Milei hoy publicó en sus redes que la elite empresarial mundial está “cautivada” por mandato.